Su nieta, Amapola Peiró, desde Francia, nos está facilitando valiosa información, colaboración que agradecemos públicamente. Entre ella tenemos, por ejemplo, una carta a la familia de 2 de marzo de 1942; reproducimos unos párrafos, donde admiramos la escritura del abuelo: caligrafía limpia, correctísima redacción, puntuación precisa; resulta sorprendente en un hombre que no aprendió a leer y escribir hasta los veintidós años.
La misiva, remitida desde el presidio de Valencia, contaba: "Puedo decir que desde el día en que fui detenido en Francia hasta la fecha, en todas partes he sido tratado con toda clase de consideraciones. Aquí estoy en un departamento de distinguidos, en el cual, disfruto de todas las libertades que son posibles dentro de la cárcel. Mi prima Teresa ha podido comprobar que se me dan toda clase de facilidades, pues en cuando viene a verme, no importa el día ni la hora, y enseguida le dan la comunicación. En fin, no se puede pedir más. En cuanto a mi situación judicial, está en estado inmejorable. Mi vida no peligra…”
Consciente de que algún día cambiarían las tornas, en la medida que pudo fue rescatando en cada cadáver algún objeto personal; una corbata, una carta en un dobladillo, un sonajero…pequeñas nimiedades, pero que permitieron a las familias identificar a los suyos; la colocación de los nombres en botellas de vidrio junto a los cadáveres preservó el recuerdo.
Carta a la familia 2 de marzo 1942 |
Era, evidentemente, para dar ánimos; la situación real cambiaba bastante, a los cuatro meses. el 24 de julio, un oficial acusaba recibo, extendido por el subdirector de la prisión de que “Peiró Belís Juan. En el día de hoy es entregado a la Fuerza Pública para su conducción a ejecución de la última pena". Se dieron prisa en cumplir el encargo; la sentencia había sido proclamada el 21 de julio de 1942.
No hubo posibilidad de conmutación; como el mismo Peiró repitió a su abogado, “me han traído aquí, precisamente a Valencia, donde he sido ministro, para fusilarme”. Exactamente, los golpistas, los que se levantaron en armas contra el gobierno elegido en las urnas, acusaban de rebelión a quienes les hicieron frente. Copio literalmente, sin corregir faltas: “los hechos probados son constitutibos de un delito de ADHESIÓN A LA REBELION…Considerando que en la actuación del procesado son de apreciar las circunstancias agravantes de su responsabilidad…FALLAMOS que debemos condenar y condenamos al procesado JUAN PEIRO BELIS como autor del calificado delito de ADHESIÓN A LA REBELION, con las circunstancias agravantes consignadas a la pena de MUERTE…”
No había participado en hechos de armas, toda su actividad estuvo dedicada al sindicalismo, a la construcción de la CNT, y en nombre de la Confederación aceptó a ser ministro; durante el conflicto que siguió al golpe de Franco procuró evitar los desmanes de los habituales descontrolados que se mueven entre aguas turbulentas. Sus escritos, como “Perill a la rereguarda”, fueron incluso mal interpretados por algunos de sus compañeros, que le llamaron “Apagafuegos de la Revolución…Hermanita de la Caridad…”
Derrotada la República, emprendió el muy penoso camino del exilio en Francia; allí fue detenido por los nazis, quienes lo entregaran a Franco por petición de Serrano Suñer, ministro de Exteriores. El periplo por las cárceles no fue un paseo turístico, evidentemente. Cuando finalmente le llevaron a la de Valencia, tenía signos inequívocos de maltrato físico; formaba parte de la hábil táctica de convencimiento que la Falange Española y de las JONS le había aplicado para persuadirle de que asumiera la dirección de la organización sindical del Régimen, la Central Nacional de Sindicatos.
La negativa intransigente de Peiró le costaría la vida; según acabaría deduciendo su defensor, la orden irrevocable del fusilamiento no procedía tanto de la voluntad del tribunal que lo juzgó, sino que “había sido ordenada de muchísimo más arriba”. En otro artículo analizaremos el Consejo de Guerra, del que conocemos las interioridades gracias a la valentía del militar encargado de su defensa. Luis Serrano Díaz, alférez, terminó exiliado en Venezuela, y desde allí contó por escrito todo el proceso al hijo, Josep Peiró i Olives.
Por su testimonio conocemos las últimas horas de nuestro hombre. Serrano Díaz, con el paso del tiempo, fue dando más importancia a su figura y personalidad, tratándole casi como un santo laico. Sus escritos tienden hacia la hagiografía cuando relata la conversación con el cura que quería confesarle para el tránsito final.
“Ésta es la justicia de los hombres, dentro de unas horas comparecerás ante la de Dios, muy distinta. Debes prepararte…” “Padre, yo no creo…” El sacerdote argumentó que igual no quería que sus compañeros pensaran que había flaqueado al final. “Don Juan, sereno, digno, con una serenidad que nos heló la sangre a todos los presentes dijo: ‘No es eso…ni en este momento puedo creer. Si me confesara, me engañaría a mí mismo y a todos ustedes”.
No es menos destacable la circunstancia del traje. Fue fusilado con el pijama carcelario; el director, más preocupado de las apariencias que de la vida, le conminó a que vistiera de manera más acorde con el acontecimiento; Peiró se negó: “Igual se muere en pijama que en traje de lana”.
Fue precisamente esta prenda la que permitiría su identificación y que sus restos no fueran a parar a una fosa común, cubiertos de cal viva. Las balas del pelotón y el tiro de gracia en la sien que le suministró el oficial al mando del pelotón (“Toma, ¡por haber sido ministro!”), dejaron sus despojos difícilmente reconocibles.
Cementerio de Paterna |
Abro un paréntesis para hablar del enterrador de Paterna. Leoncio Badía Navarro no llegó a ser maestro como quería. Fue voluntario a defender la República; al regresar a Paterna, los golpistas triunfantes le pegaron una paliza, y en juicio sumarísimo le condenaron a muerte. Si bien salvó la vida, cuando pidió trabajo al alcalde, cuenta su hija Maruja que le respondió: “¿Tú quieres trabajar, rojo? Pues ve a enterrar a los tuyos". Y así, entre 1939 y 1945 fue castigado a sepultar en fosas comunes a las 2.238 personas asesinadas en El Paredón de España.
Paco Roca, novela |
En el caso de Peiró, abrió la tumba de modo clandestino al anochecer del 26 de julio, dos días después del fusilamiento, para que su sobrina Eulalia Olives depositara un pequeño envase con escritos y fotos familiares.
Su labor fue siempre reconocida por familias y entidades memorialistas, se sucedieron los homenajes populares a la figura del que ya todos conocen como “el enterrador de Paterna”. A ellos se han sumado artistas como Paco Roca, que lo hizo figura central de su novela dibujada “El abismo del olvido”, (Editorial Astiberri, 2023). Será película próximamente. El proyecto fotográfico “Un acto de amor”, de Pablo Chacón, la canción “Leoncio Badía” del grupo rock Futuro terror, la obra teatral “El enterrador”, de Pepe Zapata.
Todos estos tributos han impulsado, más recientemente, los reconocimientos oficiales, empezando por la distinción de la Generalitat Valenciana en 2019; el Ayuntamiento de Paterna levantó un monumento en nombre de Badía ante el cementerio, y en octubre 2024 le otorgó la Medalla de Oro de la villa.
Cierro el obligado paréntesis.
Mal que pese a sus enemigos, una muerte digna honra toda la vida proletaria de Joan Peiró i Belís. Seguiremos hablando de ella; tenemos entre manos un laborioso y nada fácil proyecto de película con el cineasta José Antonio Bellón. Permanezcan atentos a la pantalla.
Muy interesante,grandes personas q vivieron en una época muy oscura de España.
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