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El señor alcalde de León no conoce su lengua

 



    No lo digo porque se exprese dejando de lado el habla del viejo reino de Asturies y León, como hoy hacen muchos a ambos lados del Payares, más bien lo advierto por el uso inadecuado del castellano frente a un polemista que sabe latín.

    Suelo ir a León siempre que puedo para la fiesta de San Froilán, un pacífico anacoreta que fue sacado de los riscos circundantes del alto Curueño para vestirle con los hábitos obispales. Es una celebración que me gusta por las reminiscencias de los viajes con una mi abuela, y, sobre todo, porque es la única en la que no sólo se permite, sino que es obligatorio, tocarle las narices al santo. 

    En el prólogo al 5 de octubre discurren por las calles leonesas los pendones de pueblos y villas, los carros engalanados, y se celebra el acto de Las Cantaderas. Es una conmemoración tradicional que tiene que ver con viejas leyendas; según se cuenta ganaron los cristianos a los musulmanes la batalla de Clavijo, ayudados milagrosamente por Yacob ibn Zebedeo. Una de las consecuencias de la victoria es que dejaron de pagar un oprobioso tributo en doncellas a Córdoba; desde entonces, la ciudad de León acude a la catedral a agradecer el bélico gesto del ya proclamado Sant Yacob con unas fanegas de trigo y unas azumbres de vino. Hasta hoy disputan anualmente las autoridades civiles y eclesiásticas, en presencia de las militares, si se trata de una ofrenda graciosa de la ciudad y su alfoz, o un tributo de obligado cumplimiento; la población llena el claustro catedralicio para asistir a un, en principio, ingenioso duelo dialéctico.



    Introduce el señor alcalde, José Antonio Díez y Díez, la polémica con una cita a Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán, “de notables apellidos leoneses”. Para quien no lo conozca diré que el citado fue marqués de Fuente Hoyuelo por los servicios prestados a Carlos II; regidor perpetuo de la ciudad en la segunda mitad del XVII, dejó plasmados sus usos y costumbres en la obra Resumen de las políticas ceremonias con que se gobierna la noble, leal y antigua ciudad de León, cabeza del Reino.

    Afirma el alcalde actual, -cuando se lo permite un traicionero repique de campanas-, que “el pueblo de León trae su donativo libre y voluntariamente”. Le responde Mario González, capitular del Cabildo, -previa disculpa por los arteros campanazos-; no puede evitar meterse en charcos políticos, citando contradicciones entre socialistas; ello lleva al alcalde a sugerir que igual deben abandonar un organismo autonómico “en el que el pueblo leonés fue obligado a estar y donde no quiere estar”. ¿Lexit habemus?

    Argumenta el ordenado que “todo lo que hace por ella, la catedral lo devuelve con creces”. No sé si opinará igual la ciudadanía que ve reparar una propiedad privada con dinero público y luego se ve obligada a pagar entrada para gozarla. Ya se sabe que el clero es pedigüeño per se; de hecho, aprovecha el hombre para hablar de su amistad con la señora del alcalde y sugerir que le envíen percebes. ¡Vaya con cuidado el regidor! Recuerde el lío de faldas femeninas y sayas masculinas de La Regenta.



    Asegura el capitular que no le gustan los historiadores, “porque cuando ven un hueco, lo rellenan”. Hombre, yo prefiero que intenten completarse con técnicas historiográficas antes que con cuentos y leyendas infantiles, como ésta, en la que, asegura, León debe este tributo a la Virgen de Regla por su ayuda a librar a las doncellas. Es un hecho que uno, ignorante, desconocía; en las fotos he visto a Santiago degollando moros, pero no suele salir María, posiblemente menos amante de las escabechinas racistas.



    Pide el alcalde a la señora secretaria municipal, “que haga constar en acta cómo la ciudad libre y voluntariamente ofrece este tributo a la Virgen…” Y aquí es donde se equivoca y da munición y armas (dialécticas, solamente) a su hábil oponente; los tributos son, por definición, obligatorios. No lo digo yo, la RAE es la autoridad para estos asuntos, a ella me acojo humildemente. Tributo: Carga continua u obligación que impone el uso o disfrute de algo. Obligación dineraria establecida por ley.

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