El amplio salón de actos de la Sociedad de Festejos y Cultura San Pedro de La Felguera (Langreo) casi se quedó pequeño para albergar a las decenas de personas que acudieron a la presentación del libro que recoge las memorias de Aquilino Moral. Su recuerdo aún continúa vivo entre quienes lo conocieron; su vida, su obra y sus circunstancias quedan impresas en el texto editado por la Fundación Anselmo Lorenzo, que guarda la memoria de la CNT, con la colaboración de la Fundación Andreu Nin, que conserva la del POUM, siglas con las que peleó por la clase obrera, “Me llamo Aquilino Moral Menéndez. Autobiografía de un héroe prudente”.
Juancho Vega Fanjul, presidente de la sociedad que nos acogió, hizo el saludo y dio la palabra a Ernesto Burgos, historiador, que en sus regulares “Historias heterodoxas”, saca a la luz las andanzas de los modestos. Abrió su intervención haciéndose eco de una propuesta que esa misma mañana ya había secundado, desde las páginas del diario La Nueva España, Julio José Rodríguez Sánchez: que el nombre de Aquilino figure en el callejero de La Felguera;
Julio José fue en su día corresponsal de La Voz de Asturias, mantuvo con el protagonista del libro una relación de franca amistad, desde que se conocieron hace ya 50 años. Está de acuerdo con que el espacio ideal para una placa de homenaje es el espacio que se ha creado en la intersección de las calles General Elorza y Valentín Ochoa, entre las escaleras que tanto criticó, por ser un obstáculo para personas con problemas de movilidad, y la fuente de La Bárcena, que defendió con ahínco cuando la traída oficial, del Raigoso, vomitaba barro por los grifos de casa. Allí tiene, asimismo, su sede actual la asociación heredera de La Justicia, la sociedad de ayuda mutua de los metalúrgicos, que antecedió a la CNT.
En “Mi laica última voluntad”, dejó escrito que, aparte de ordenar un entierro sin presencia eclesiástica, su esquela funeraria se publicara en los diarios La Voz de Asturias y El Comercio, los más liberales en tiempos que la prensa era controlada por el Movimiento. Con Julio José colaboró en el proyecto de La Carbonera, como hizo con cuantas entidades sociales o culturales se movían en su entorno. La propia sociedad de festejos de La Felguera, para cuyo porfolio escribía regularmente; de hecho, publicó a título póstumo su último artículo en 1979, “Melquiades Álvarez y la Huelga de 1917 en Asturias”.
Yo lo conocí en el Ateneo que hubo en la calle Marqués de Bolarque, donde, al inicio de la Transición, intentaba dar aplomo a las ansias juveniles de revoluciones varias. Pese a su distancia ideológica, cuando la Asociación de Antiguos Alumnos de La Salle celebraba el “75 aniversario de la fundación del Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas”, le entregó un diploma de reconocimiento.
Esa misma actitud de respeto, de caballerosidad, incluso con los oponentes sociales, sirvió para mitigar la condena de cárcel que, tras un juicio de chirigota, le regalaron los militares golpistas; mitigada por los testimonios de veintitrés derechistas, entre las que se encontraban apellidos de ilustres linajes felguerinos como los Cueto-Felgueroso, Greciet, o García-Argüelles, y dos dominicos. Firmaron de puño y letra que en periodos de pelea social les evitó males mayores.
Aquilino fue duro polemista, defendió sus ideas con énfasis ante propios y extraños. Por ejemplo, contra Vázquez Prada, director durante años del ultraconservador diario ovetense Región, o contra el no menos derechista Emilio Romero, que gobernaba en Madrid el periódico Pueblo. Entre los de la otra parte, escribe a Wilebaldo Solano, líder del POUM: “Estos días estuve algo ocupado con un trabajo de demostración de unos errores de gran bulto que aparecen en un libro que lleva por título “El movimiento obrero en Asturias”, el cuál lo ha hecho un joven catedrático de la Universidad de Oviedo”, referido al recientemente fallecido David Ruiz, icono de historiadores progresistas, que terminaría dando su brazo a torcer y visitaría a Aquilino para corregirse.
Debate incansable en partido y sindicato acerca de todas las variantes políticas que le tocó vivir, la Huelga General del 17, la Revolución Rusa y la Internacional, los congresos, la Alianza Obrera, la participación en las Elecciones del 36… pero siempre respetuoso con las personas. Su primera colaboración en un diario fue en El Comercio, de Gijón, para explicar que él había discutido con Wenceslao Carrillo, -socialista, padre del más conocido Santiago-, “pero no le había pegado”.
Ese espíritu ciudadano, esa bonhomía señera, ese carácter societario de su vida hacen obligatorio que el Ayuntamiento de Langreo lo incluya en su callejero. No solamente de los empresarios e ingenieros que lo trufan ha sido el crecimiento económico de esta ciudad, sino de las carboneras que apilaban el cok para los altos hornos y de los proletarios que cada mañana atendían la colada de arrabio o los trenes de laminación.
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