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El despido no estaba en el perímetro de la negociación.

 



            A la par que yo redacto, debate el Congreso la reforma de la Reforma; mientras el Gobierno recuenta diputados favorables, recupero las notas de hace dos semanas, cuando Cauce del Nalón me invitó a un acto sobre la nueva ley. No pensaba intervenir, ante un público que ocupaba apenas la tercera parte del aforo, compuesto por cargos sindicales de las dos centrales con derecho a opinar, sin ninguna voz crítica invitada.

            Una salida de tono me obligó a hacerlo; empecé diciendo que esa tarde me había equivocado dos veces, la primera porque dije que sabía usar el micrófono inalámbrico, me hice un lío, y al final salió en mi socorro el amable conserje del Nuevo Teatro de La Felguera, Rafa. La segunda, porque pensaba que había sido invitado a un coloquio, sin embargo, Kiko Villar, el presidente de Cauce, me sacó del error a la primera: estábamos allí “en un acto de promoción y defensa de la Ley”.

            ¡No te jode, pues yo no! José Manuel Zapico, secretario general de Asturias de CC.OO. dijo que la negociación “había puesto a las centrales en el centro del tablero de juego”. Javier Fernández Lanero, su homónimo en UGT, lamentó que “los sindicatos hacemos mucho, aunque no nos lo retribuyan económicamente ni no los reconozcan socialmente”.

            Yo no suelo llamar a este muchacho por el nombre civil, me refiero a él como “el fíu de Lito”, porque su principal valor sindical para llegar al puesto que ocupa es ser hijo de secretario general. Dinastías.

            A la pregunta del moderador sobre qué hay que hacer para mejor la situación desgranó una larga lista, refrendada por asentimiento por su compañero de mesa. Es decir, como trabajadores lo tenemos crudo, son necesarias unas centrales sindicales fuertes con las que nos defendamos. En su construcción nos empeñamos; algunos llevamos asociados desde que no estaba permitido, colaboramos activamente en muchos frentes, seguimos cotizando cuarenta y muchos años después, y nunca hemos pedido “que se nos retribuya económica ni socialmente”. Es mi orgullo haber peleado “por mí y por todos mis compañeros”. Por mí, por mi familia, por mis vecinos. Por la dignidad de mi clase social.

            Es cierto que alguna derecha quiere cargarse a los sindicatos, pero no lo es menos que el mayor daño hecho a la clase obrera asturiana en los últimos lustros procede de algunos de líderes impresentables que con latrocinio y mentiras le han dado un tiro en la barriga al sindicalismo: Han pasado por los juzgados pesos pesados de la Unión General de Trabajadores como Villa, Braga, Donaire, el Montepío; acólitos como Castillejo o Postigo… Y aún no han retirado la pasarela.

            Para recuperar su prestigio lo primero que tienen que hacer las centrales es decir la verdad, ser transparentes. Ubicarse correctamente; no “en el centro del tablero”, sino al lado de los suyos, hacia la siniestra, más bien. Decía un comentarista que la izquierda ha pasado de preocuparse por el programa a hacerlo por la lengua; se prometió la “derogación de la Reforma Laboral de Rajoy”. ¿Se ha hecho? No señor, se ha dado una mano de chapa y pintura, se le da brillo verbal, pero el motor del artefacto sigue indemne. No es casual que toda la patronal, -salvo cuatro recalcitrantes-, esté a favor, sea grande o pequeña su empresa; que los cuadros empresariales subrayen que apenas se ha cambiado el 10% del contenido, y que el mismísimo Josemari Aznar la aplauda. Hasta Ciudadanos se ha apuntado al carro de los que dicen haber evitado giros legislativos radicales.

            En este punto es conveniente recordar que la primera reforma en la línea actual se debe al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, apremiado por la crisis, la UE y el capital nacional, que empezó a ceder en lo que tradicionalmente los empleadores llaman “la flexibilidad del mercado laboral”. Es decir, el despido. El terrorismo patronal se centra en la posibilidad de prescindir fácilmente de los empleados.

            Hemos hablado estos días de las iniquidades cometidas por los hosteleros, tan quejosos ellos porque no reciben subvenciones, pero tan parcos a la hora de hablar de los salarios de risa y los horarios esclavistas. No hay manera de firmar el convenio de la limpieza; con la inflación que está cayendo, ofrecen céntimos. No hay mano de obre para la construcción, harta la juventud de sobrexplotación, desprecio de la ley, y contratos de papel mojado. Ahora los constructores se lamentan y piden que se abran las fronteras. ”¿Para traer barcos negreros?”, preguntaba Zapico. Biden dijo a sus empresarios: “Pay tan more!” Paga dignamente, verás como el personal sí va a la obra.



            El despido es la clave de las relaciones laborales. Han pasado a la historia aquellas sentencias de “despido radicalmente nulo” en las que el magistrado, al no existir causas reales de sanción, obligaba al empresario a restituir al trabajador en su puesto. Ahora es el empleador el que decide; siempre te puede echar, aunque sea pagando un poco. Cada vez menos, porque a salario bajo, indemnización enana; como además no hay salarios de tramitación, en tanto se sustancia la causa, asunto que puede llevar meses, el trabajador no tiene otra opción que acudir a la cola del Banco de Alimentos.

            Es decir, la negociación de esta nueva ley de asuntos laborales se ha adaptado a las líneas marcadas por la Unión Europea, o sea, al angosto marco que interesaba al Capital, sin que se tuvieran en cuenta las necesidades reales de quienes aportamos la otra parte, el Trabajo. “El despido no estaba en el perímetro de la negociación”, según frase que repitió, recreándose por la redondez del enunciado, el fíu de Lito.

            Agradezco que los líderes hayan dado en la cara en el teatro, debería ser un hábito. No obstante, siempre recordaremos que la reforma de la reforma ha tenido como fecha el 28 de diciembre, festividad de los Santos Inocentes.

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