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De paseo junto al Esla, con Toño Morala

 



Como siempre fui hasta Mansilla. Si puedo no hay viaje a León en el que no pase por la villa. Apreciábamos pasear entre los chopos de la ribera del Esla, por la mañana; cada uno por su lado, a lo nuestro, Toño Morala y un servidor. Que digo yo que serán chopos esos árboles que ha crecido ahí desde mi infancia, porque entre mis ignorancias se incluye la Botánica, que distingo malamente entre la ortiga y la calabaza. Luego me trataba de loco, -un poco-, porque acababa bañándome en tales aguas, tan frías.

El amigo Ramiro me había citado para el homenaje al amigo Toño, el 6 de junio, a las 6, en el anfiteatro de San Marcos, sede del Ágora de la Poesía, milagroso evento mensual. Me vino a la cabeza la música melancólica que Paco Ibáñez compuso para El aire de los chopos, el poema de José Agustín Goytisolo que me permito parafrasear:  

El aire de los chopos
y vuelvo a recordar.
En un día de junio
te fuiste. Nada más
.



Fue hace siete años y tres meses exactamente; aquel 6 de marzo de 2014; hacíamos una etapa fácil, León-Mansilla de las Mulas, pueblo donde yo me siento como en el mío. La Columna asturiana de las Marchas de la Dignidad parecía que estaba haciendo a pie el Camino de Santiago al revés, ya se sabe que somos un poco descreídos los astures transmontanos; no íbamos a adorar a nadie, antes bien, a gritarle al gobierno Rajoy que estábamos hartos. En dos años de legislatura había agredido a todas las capas de la sociedad española, de entre quienes vivíamos de nuestro trabajo.

Al llegar a Mansilla nos recibía un pequeño grupo, entre el que subrayé la presencia de un tal Toño Morala, al parecer concejal de IU, o algo así, según me contaron, al que debíamos que se nos acogiera en la villa. Nunca antes habíamos coincidido, pero desde entonces tuvimos ocasión de hablar cientos de veces.



No es la cara lo que más dice de la persona, para mí el habla es el espejo del alma. Con Toño hablé de casi todo. Le escuchaba con atención, porque no era tertuliano de sacar los pies del tiesto. Aprendí con Ignacio Aldecoa que las personas sencillas no utilizan los posesivos para referirse a la familia, y así hablaba él: La mujer, la hija, el nietín, la nietina… El domingo 6 de junio, a las 6, una buena parte de sus amistades y de los colectivos en los que trabajó le rendimos homenaje. Declaraba Fulgencio (Fernández también, como todo el mundo, su compañero en La Crónica de León) que sus palabras favoritas eran Dignidad, Obrero y Compañero, proferidas entre abrazos, habitualmente.



Jamás en la vida me habló mal de nadie ¡Y mira que es complicado, como está el mundo! Ese hablar mesurado me hacía sentir particularmente cómodo a su lado. Cuando yo llegaba a Mansilla le llamaba y tomábamos unos vinos; él a veces con prisa, pendiente de la comida de la familia, o de atender a la nietina.



Empezamos a coincidir en este difícil portento que es el Ágora, en el Ateneo Varillas, nos vimos en el Pozo Grajero; la Memoria, recuerdo de la barbarie de quienes quieren aniquilar cualquier idea proletaria. En el acto, después de la comida campestre, me invitó a que leyera, como solía. No acepté, -como solía-, siempre había manifestado que “no soy poeta”, frase que habitualmente completaba con una broma, “ni lo quiero ser”. Y hoy lo siento; después de leer tantas cosas buenas que habéis escrito, que habéis leído, me gustaría tener esa facilidad que tenéis algunos para encontrar las palabras, juntarlas con la argamasa de los sentimientos y ofrecerte, Toño Morala, amigo, un edificio oral digno de tu querida persona.



Coincidimos en Felechas, un día que cayó el diluvio universal, desmontó los telares, estuvo a punto de desarmar la paella campestre y se perdió el hijo de Marta. Igual día infernal padecimos en 2018, de nuevo marzo, cuando volvimos con otra Marcha sobre Madrid, la de las gentes precarias reclamando la Renta Básica. Hoy que todos los sectores de la población exigen ayudas al Gobierno, se ve más plásticamente su utilidad.

En aquella caminata nadie nos hizo caso; incluso los dioses parecían estar contra nosotros, la tormenta nos acompañó de León a Mansilla y descargó con furia cuando iban a cantar los poetas. Nada nuevo, desde el Puente de los Fierros hasta el Guadarrama nos llovió encima todos los días. Excepto uno, que nevó. De la mano de Toño pasamos de la Plaza del Grano al Polideportivo, hubo poemas y canciones, y seguimos plan hacia Mayorga.

Volví a tener en mi casa a Paco Robles, ya sabéis, “el niño vasco de Mansilla de las Mulas”; en cada viaje visitamos Mansilla, tomamos un vinín con Toño y charlamos de todo. Paco, que el 25 cumplirá 95, no es mudo, precisamente. Es él quien frecuentemente me cuenta, desde Londres, lo que pasa en Mansilla; de hecho, días atrás me escribió informándome de que nos falta un poeta comprometido.

Luego días de ira
dolor y adversidad.
Y en medio de la noche
tu estrella. Nada más

Paco no tuvo paciencia para sentarse a escribir su historia, así que por fin me decidí a rematar un libro en su nombre. La presentación mundial debería ser en Mansilla, obligatoriamente; en el evento participó Toño con entusiasmo, el mismo que empleó en el prólogo. Cuando le pedí que lo escribiera, aceptó encantado. Le salió una pieza que no estaba escrita con las manos, sino con el corazón; se repite insistentemente la palabra niño, la preocupación por el desamparo, un ejemplo ahora, que algunos sinvergüenzas tachan de delincuentes a los jóvenes que vienen de otros países a ganarse su futuro entre nosotros.



La Memoria. Necesidad de la memoria, de sacar limpiamente las enseñanzas de la Historia. Mantener el recuerdo de hechos y personas que permanecerán en nuestros corazones. Queda dicho, para terminar, en las propias palabras de Toño. Escribió en aquel prólogo:

Pero una cosa es yacer y otra muy distinta, morir; solamente mueren aquellos que el olvido ha abandonado. En estos casos, con el solo recuerdo de la solidaridad, el ejemplo, la dignidad y la humanidad, es suficiente, y su legado siempre estará en nuestra memoria y en la memoria del paso del tiempo.

Por su fulgor perenne
contra la eternidad
te ofrezco unas palabras
de amor. Y nada más.

El aire de los chopos y vuelvo a recordar...



 Gracias  a Fergar, Nemonio, Lolo y La Crónica por sus imágenes.

 

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