El aire es valioso para el
piel roja. Porque todas las cosas comparten la misma respiración, las bestias,
los árboles y el hombre. El hombre blanco parece que no notara el aire que
respira. Como un hombre que está muriendo durante muchos días, él es
indiferente a su pestilencia.
En el año 1855 el presidente
de los Estados Unidos de América del Norte propuso a Xiuhcoatl jefe de los indios duwamish,
que le vendiera las tierras de la tribu y se retirara con ella a una reserva.
El cacique no pudo más que sorprenderse ¿Cómo se puede comprar o vender el
cielo o el calor de la tierra? Esta idea es extraña para mi pueblo. Si hasta
ahora no somos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo
nos lo pueden ustedes comprar?
Pero es consciente, por la
experiencia de anteriores conflictos armados, que los pueden echar por las
malas. El gran jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestras
tierras. El gran jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranzas.
Esto es amable de su parte, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca
necesidad de nuestra amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque
estamos seguros de que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus
pistolas y tomará nuestras tierras.
Un pequeño libro que contará entre los que regale mañana (Sant Jordi) a las amistades,
viene a serme útil hoy, que se celebra el Día Mundial de la Tierra, instituido para concienciarnos de que de momento no tenemos repuesto para este maltratado planeta. Las pasadas manifestaciones de jóvenes al grito de ¡There’s not Planet B! (No hay Planeta B) dejan bien claro que estamos envenenando el futuro. Nos podemos cargar el único astro habitable para nuestra especie, por la poco razonable idea de que se puede dividir en parcelas de propiedad privada.
Nos parece casi natural, porque
hemos nacido en medio de este sistema, pero no fue siempre así, lo normal es
que fuera considerada un bien para beneficio de toda la comunidad humana. Don
Álvaro Flórez Estrada, político y economista asturiano fallecido apenas dos
años antes de estos hechos, se había opuesto a la famosa desamortización de
Mendizábal porque decía que se quitarían los bienes infrautilizados de las
manos ociosas de la Iglesia para darlos a las manos avariciosas de la
burguesía. La tierra, -como los ríos, los mares o el subsuelo-, no deberìa ser propiedad
privada, en su opinión, sino pertenecer al Estado, que las alquilaría a los
trabajadores para que obtuvieran rendimientos.
Las tierras que pretendía el
presidente Franklin Pierce corresponden a lo que hoy es el estado de
Whashington, en la costa del Pacífico, -no debe confundirse con la capital,
Washington D.C., al este-. Su ciudad principal es Seattle, precisamente la
versión anglófona de Xiuhcoatl, antiguamente puerto ballenero, portal de salida
hacia Alaska cuando la fiebre del oro, y actualmente, con casi cuatro millones
de habitantes, potencia industrial y tecnológica, cuna, por ejemplo, de
Microsoft. Decía el jefe indio del hombre blanco que Su apetito devorará la
tierra y dejará detrás un desierto. La vista de sus ciudades duele a los ojos
del hombre piel roja. Pero tal vez es porque el hombre piel roja es un salvaje
y no entiende. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades de los hombres
blancos. Ningún lugar para escuchar las hojas en la primavera o el zumbido de
las alas de los insectos.
La contaminación acústica se
suma a la del aire, de los campos y los ríos, atentan contra la forma de vida
que los habitantes de aquellas tierras habían mantenido durante 4.000 años. En los
dos últimos siglos, la frenética carrera de la industrialización ha dejado más
huella ecológica en nuestro globo que todo el resto de milenios de actividad
humana. Un ritmo de estropicio que nos lleva por mal camino.
El jefe indio ya ha dejado
claro que, si no da su conformidad al trato, su pueblo será atacado, así que no
se niega en redondo, El gran jefe de Washington puede contar con la palabra
del gran jefe Xiuhcoatl, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el
retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan.
Ahora bien, advierte:
Si yo decido aceptar, pondré
una condición: el hombre blanco deberá tratar a las bestias de esta tierra como
hermanos. Yo soy un salvaje y no entiendo ningún otro camino. He visto miles de
búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco que
pasaba en el tren y los mataba por entretenimiento. Yo soy un salvaje y no
entiendo como el ferrocarril puede ser más importante que los búfalos que
nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué será del hombre sin los animales?
Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad
espiritual, porque cualquier cosa que le pase a los animales también le pasa al
hombre. Todas las cosas están relacionadas. Todo lo que hiere a la tierra,
herirá también a los hijos de la tierra.
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