Día con luz. Mis amistades
leonesas suelen hacer bromas por las relaciones del sol con Asturies; hace años
que se le ve con más frecuencia, tenéis que cambiar el chiste. Una foto
primaveral; ni idea de qué árbol es el que he retratado, me imagino que Marcelo
me lo podrá explicar. En la prensa leo el enésimo debate sobre el Impuesto de
sucesiones. Parecemos bobos, entramos al trapo a la primera; ninguno de los que
vivimos honradamente por nuestras manos vamos a dejar un patrimonio tan grande
que afecte a nuestros herederos. (¡Cuidado que no les dejemos deudas!).
Estamos hablando de un
porcentaje que ayuda a nivelar, un poco, las desigualdades sociales. Se retira
una cantidad no excesivamente onerosa de lo que recibe alguien que no tiene más
mérito que haber nacido en noble cuna, con ello se pueden paliar necesidades de
los que tienen la mala suerte de haber nacido en casa menos poderosa.
Dicen los que tienen que pagar
que es injusto, cualquier impuesto nos lo parece habitualmente. ¿Es justo que
nos matemos a trabajar y nos deduzcan equis euros de nuestro salario? ¿Es justo
que, en las mercaderías, incluso las de primera necesidad, tengamos que pagar
el IVA? ¿Es justo que además del Impuesto de matriculación, el propietario de
un vehículo abone cada año el de Circulación y la ITV? ¿Es justo que quien
tenga casa propia sufrague anualmente el IBI, además de la cuota mensual de
hipoteca? ¿Es justo que cuando un pobre sale de pobre por la Lotería deba
devolver a Hacienda el 20%?
Los impuestos son más o menos
justos, según el cristal con que se miren, pero son imprescindibles. Si no los
tuviéramos no habría servicios públicos como la Sanidad, la Enseñanza, el
Transporte… Ahora bien, nuestro deber es controlar que sean equitativos.
Pagamos menos impuestos que la media europea, por tanto, los servicios que
recibimos son inferiores. Declaro que estoy absolutamente a favor de subir los
impuestos; ahora bien, proporcionalmente a la capacidad de cada uno.
¿Cómo se reparte la carga
impositiva? Si uno revisa los informes anuales de la Agencia Tributaria se
encuentra que los ingresos previstos por IRPF (o sea, de tu sueldo) y de IVA
(es decir, de mis compras diarias), se recaudan prácticamente al 100%; sin
embargo, las grandes empresas pagan muy poco, tanto como que del Impuesto de
sociedades solamente se ejecuta la mitad de lo que debería.
Más claramente, la recaudación
general del Estado pesa sobre nuestras espaldas, el 44% se lo llevan de
nuestras nóminas, el 40% de nuestro consumo, y se queda el 16% para sociedades
y otros. Por los rendimientos de trabajo viene a recaudar el Estado, aproximadamente,
un 14% de media; por sociedades no siempre llega al 7%, y en las grandes
corporaciones al 5%. Encima, nos intentan tomar el pelo: Dice un diario
aparentemente serio que Amazon ha ganado en España el año pasado, -ese que puso
a muchos cerca de la ruina-, la módica cantidad de 5.400 millones de euros, de
los que ha pagado en impuestos 241.
¡Falso, titular falso!
Realmente, 121 millones no son impuestos pagados por la multinacional, sino
retenciones a cuenta del IRPF y declaraciones de IVA; es decir, dinero de otras
personas y entidades que ellos han recaudado y ahora devuelven al Estado. Su
aportación real es de 140 millones. ¡2’59% de sus ganancias! (Ahora mira tu recibo
de salarios y compara).
El Impuesto de sucesiones, que
a la inmensísima mayoría de currelas no nos afecta, es una forma de aminorar
desequilibrios, de sembrar un poco de solidaridad entre los seres humanos. Que
la hija de Amancio Ortega se preocupe más de sus empleados que de sus caballos.
Y cito a esta familia gallega porque es el paradigma de la publicidad engañosa:
a la par que se enseñan donando maquinaria sanitaria discuten con Hacienda para
eludir pagos. En cuanto vino la pandemia, su idea fue virar hacia el comercio
digital; para ello, antes de pensar en reciclar al personal en presencia, pensó
en un ERTE. Ese mismo camino ha seguido el otro grande, el Corte Inglés.
Suelo leer con detalle las
listas de grandes morosos que publica la Agencia Tributaria. No el listín de la
frutera de la plaza que no pudo pagar sus últimos recibos, sino de las deudas
gordas de sociedades, empresarios, artistas y futbolistas. De los enormes
egoístas (pocas señoras aparecen) que andan en yates, jets privados, coches y
mujeres de grandes cilindradas. Si a cualquiera de nosotros nos cae un 20% de
sobrecoste por un retraso en la declaración, si nos embargan por no pagar una
multa, ¿cómo se puede explicar que la constructora Nozar, por ejemplo, de una
familia de posibles, con cultivos de viñedos y colecciones de arte, aparezca
debiendo más de 215 millones de euros? Así pasa que haya pendiente de recaudar por
encima de 14.000 millones de euros. Traducido a algo comprensible: con esa
cantidad estaría cubierto el Presupuesto del Principado durante tres años, un
millón de personas no necesitaríamos cotizar en ese tiempo.
Anota algunos de los que
deben: Neymar, 35 millones de euros; Mario Conde, Paz Vega, Patricia Conde,
Sito Pons… Sin olvidar que Messi, Ronaldo y algunos futbolistas más han llegado
a pactos con la fiscalía para no ir a la cárcel por evasión de impuestos. Que
el presidente de la patronal de los hoteles ha sido condenado estos días por el
mismo cargo. Ese sector que exige ayudas urgentes, si no sale de los impuestos,
¿de dónde debe venir el dinero?
Todas estas gentes tienen
patrimonios que serán incapaces de gastar en varias vidas. Por ejemplo, vuelvo
al amo de Inditex: La revista Forbes, que saca el hit parade (clasificación)
de los más ricos del mundo da a Don Amancio la mala noticia de que ha bajado de
puesto, es el segundo de Europa con el riñón más forrado, pero a nivel
internacional ha caído desde el puesto sexto al décimo primero, y eso que sus
cuentas totales han subido desde 55.100 millones a 77.000.
El sol ha salido para todos en
los días de vacaciones de primavera. Mientras algunos señoritos se saltaban los
cierres territoriales para sacarse fotos con sus familias en Valencia, en O
Grove o en Granada, las más numerosas proles de la Cañada en Madrid se sientan
a la puerta de sus chabolas para calentar un poco los huesos oxidados por un
invierno sin luz.
Durante los meses de julio y agosto de 1936, por encargo del Gobierno Federal, el escritor James Agee y el fotógrafo Walker Evans, (suyas son las imágenes en blanco y negro reproducidas en este artículo), convivieron con tres familias trabajadoras del algodón en Alabama, la zona surista que había cambiado la esclavitud de africanos por la explotación de blancos y negros. Las condiciones retratadas eran tan malas como las que conocimos y conocemos en España: tierras, casas, mulas, herramientas, semillas y abonos pertenecen a un terrateniente, que se lleva la mitad del producto, pase lo que pase. Es decir, si vienen mal dadas, las familias, después de estar con todos sus miembros desde abuelas a niñas atados seis meses al terruño, obtienen solamente deudas.
El resultado quiso pasarse a
libro, aunque impedimentos de todo tipo (“En la primavera de 1940 fue aceptado
por quienes ahora lo publican con la condición de eliminar ciertas palabras que
son ilegales en Massachusetts”) llevaron a que no apareciera hasta cinco años
más tarde. No tuvo ningún éxito editorial, claro. Fue necesario que Agee ganara
el Pulitzer a título póstumo para que se volvieran a considerar. Las
circunstancias habían cambiado; los Estados Unidos superaron su crisis entrando
en la Segunda Guerra Mundial (“Dejad que los muchachos vayan a la guerra;
detrás de ellos irán nuestros productos”).
Es el caso que años después unos alumnos de estos autores, el periodista Dale Maharidge y el fotógrafo Michael Williamson, ganaron el Pulitzer 1990 con la obra And Their Children After Them (Y sus hijos después de ellos), en la que hablan de los descendientes. Pobres, hijos de pobres, que fueron engendrados por otros pobres, repitiendo cada generación, allende o aquende el Atlántico:
Pervive la pobreza y la explotación, aunque algunos han podido salir del círculo infernal de la indigencia, otros, no. Entre ellos, duele el despiadado destino de Maggie Louise Gudger, la niña rubia de ojos claros y despiertos retratada en un bello primer plano con un sombrero de paja, hija mayor de George y Annie Marie... Maggie Louise, fotografiada a los diez años, se casó a los quince, tuvo hijos, enviudó, malvivió trabajando de camarera, una de sus hijas se quedó a su vez embarazada a los quince, y ella, alcoholizada, se suicidó tragando matarratas a los cuarenta y cinco años.
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