Era soleada, aquella mañana leonesa; subía por la calle de las Plegarias, a la altura de la fuente, cuando me llaman
desde casa para informar de lo que ya esperábamos: la muerte de una muy querida
amiga. Hoy, en su aniversario, fuimos al chigre habitual para tomar unas botellas de sidra a
su memoria.
Había viajado temprano,
consciente de que probablemente tendría que regresar de urgencia, porque no
quería perderme bajo ningún concepto el evento de la tarde: Mi admirada y estimada
Chus de la Fuente presentaba su primer libro de poemas, “Volando sobre
el fuego”. Le había prometido a Ramiro Pinto que estaría presente por
encima de todo; fue tan amable que me incluyó en el orden del día, sin duda
recargado por todas las personas que querían mostrar su cariño a la autora con
unas palabras. Felipe, el de Patrimonio, tuvo a bien acompañarme
para animar al público a cantar las “Coplas del payador perseguido”. Luego Marta
Muñiz, al piano, puso la música de verdad.
Las coplas de Atahualpa
Yupanqui reclaman al poeta dejar de cantar a la luna y enmarañarse en las
vidas de las personas que viven de su trabajo. Chus también clama a Selene, claro,
pero poco, porque “No soy poeta”; escribe porque es más barato que el
psicoanalista, “sacar los sentimientos a la luz”. Se mancha del barro del
dolor, del amor físico, de la injusticia… Dice Ana Ibis en el prólogo:
“Es casi imposible encontrar en sus versos sentimientos de alegría, optimismo o
esperanza…no deja de ser una poesía que estremece y nos hace cómplices de sus
sentires, que transmiten fuerza y capacidad estoica, para superar los
obstáculos posibles con el amor y la bondad por banderas”.
Su familia, esa que le da
trabajos y alegrías. “En mi portal de Belén/está mi madre/ y mis nueve hermanos
también”. “Tu bastón, mi fuerza”, a la madre que, emocionada, nos acompañó. Esa
madre destinataria de otro poema, “Dios da las peores batallas a los mejores
guerreros”. “La sombra de tu sombra/tu escudo, tu armadura”, para su hermana
Meme, que en aquellos días sufría. Sus terribles experiencias con otros, que la
hacen rozar la desesperación: “Supieron que me podían dañar/Tú/mi niña/eras mi
fragilidad/Acabaron lo que empezaron/me rompí como un cristal/Muerta en vida
estaba”.
Cuando uno es apaleado por la
vida suele empezar a dudar de sí mismo, “Sólo soy un borrón”, pero ha sabido
escoger su entorno; además de los de casa, sale con quienes luchan por Pan,
Techo y Trabajo, defiende a los emigrantes, “Son personas/per-so-nas”. Se
solidariza con los desahuciados (sabe de qué va la película), empuja las
Marchas de la Dignidad. Busca tiempo para acudir el último viernes de cada mes
al Ágora de la Poesía. Camina, incluso cuando no puede, contra la Precariedad,
por la Renta Básica. “Forjé mi armadura/un escudo…para resurgir/ ¡como el Ave
Fénix!”. La vida como un combate, “Cuadrilátero”; aunque se declara peso pluma,
que lo es, tiene voluntad: “Luchando mis propios asaltos/dejando KO a los pesos
pesados/La vida es un cuadrilátero/mi lucha/levantarme en cada asalto/esperando
otro combate”.
Al contrario que la prologuista, yo sí he encontrado líneas de esperanza, de esa fuerza vital que Chus me contagia cada vez que me ve y me abraza tan cálidamente. Cuando me cuenta de nuestra debilidad, esa su Thais que me enamoró cuando leyó por primera vez en público un poema en el Ateneo Varillas. Con doce años. Igual su madre la tenía entre las destinatarias cuando escribió “Carmín”:
Ponte medias,
zapatos de tacón,
pinta tus labios.
Carmín de color.
Hazte la raya,
viste de rojo pasión.
No dejes de bailar,
la vida es una noria
que no deja de girar.
Que no falte
en tus labios el carmín
ni los zapatos de tacón.
Viste de rojo pasión.
No pierdas nunca la ilusión.
Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos por la justicia, bienaventurados los que sufren. Bienaventurada la poesía, sí. Y quien hace que los versos sean un horizonte. Bienaventurada quien ha volado sobre el fuego y quien, de esa manera, ha encendido la llama de la palabra. Compañera. (Epílogo de Ramiro Pinto Cañón, que hizo todo cuanto pudo porque este libro esté en nuestras manos, con la inestimable colaboración de LapizCero ediciones).
Aquella mañana recogí la flor que ilustra la cabecera en el Bar Begoña, en la esquina de la Rúa, cerca de la Plaza del Grano. Muchas ya la habéis visto. Es delicada, necesita abundante luz. Mirarla me sirve para recordar que hay que vivir el momento, aprovechar los rayos de sol y recoger su energía para luchar, para amar, para bailar, aunque sea sin carmín ni zapatos de tacón. La vida es efímera, vivámosla en buena compañía y sepamos tener a nuestro lado a quienes quisimos y se nos han ido.
Comentarios
Publicar un comentario