Me vas a perdonar que por un momento distraiga tu atención de los sesudos debates sobre si vivimos en una democracia pluscuamperfecta, acerca de los gobiernos de coalición, del regreso de Pau Gasol al Barça, o de cualesquiera otros temas de alta política internacional en que andas ocupada.
No sé si te habrás enterado
que en la madrugada del viernes, 19, se quemó la mitad de un campamento de
trabajadores del campo en Palos de la Frontera. Cuatrocientas personas se han
quedado sin lo que tenían: Nada. Al día siguiente, sábado, leí dos
periódicos en papel, uno de Asturias y otro de Madrid, ninguno de ambos dedicaba una triste línea a la noticia, pese a que ambas cadenas tienen ediciones en
Andalucía.
Las siguientes jornadas no dieron para más; tan sólo el 23-F oí un comentario en una cadena de radio, lógicamente sepultado por los miles de palabras sobre los cuarenta años de ese golpe de estado del que no sabremos la verdad hasta dentro de una década. Y eso si no destruyen los documentos antes. La comentarista hacía aproximadamente la misma reflexión que yo ante el incendio: No es un hecho aislado, en los últimos lustros. -puede seguirse en las hemerotecas virtuales-, esta clase de siniestros son recurrentes desde Huelva hasta Almería: Lepe, Níjar, El Ejido…En el mismo Palos hubo otro hace menos de un año.
Pocas veces se sabe el
resultado de las investigaciones y ni una sola condena por delitos de lesa
humanidad, pese a que ya habido muertes. Las chabolas de los pobres no merecen
el tiempo de la policía científica. Aunque posiblemente no sea necesaria, el
señor alcalde, don Carmelo Romero (del muy cristiano Partido Popular), que es
muy perspicaz en estos asuntos, ya ha declarado que son cosas que suelen
suceder “a la hora de la comida o por rencillas entre ellos”. No ha considerado
oportuno abrir el polideportivo para que se recojan quienes se han quedado sin
techo, infieles, al fin y al cabo; ha dicho que “van a ver de realojarlos con
otros que no han perdido su vivienda; en eso funciona muy bien la
solidaridad entre ellos”.
Se calcula que vivían en el campamento 800 personas; es un lugar que ocupan habitualmente temporeros del campo que proceden de África, en esta ocasión una buena parte de ellos habían venido para la campaña de recogida de la fresa. En los diarios digitales enseguida hay alguien que escribe al director para darle una opinión:
Malas gentes que caminan y van
apestando la tierra, escribió Antonio Machado, antes de dejarse
morir de pena, en el exilio de Colliure, en tales fechas como éstas de 1939.
Cualquier día acusarán a las
propias víctimas de causar el incendio para dar lástima. Por casualidad estaba
estos días leyendo sobre Guernica. Cuando la Legión Cóndor y la Avazione Legionaria
laminaron la ciudad, el parte oficial del Cuartel General de Franco decía que
la habían incendiado “los rojos separatistas vascos”. Después de que
trascendiera que el nivel de destrozos era de algo bastante peor que un
incendio, aseguraron que eran dinamiteros mineros asturianos, salvando su retirada.
Siempre tendremos que pelear contra la desinformación.
Lo cierto es que no nos queda
más remedio que preguntarnos, ¿Cómo es posible que trabajadores que cada
campaña vienen a ganarse su pan junto a nosotros tengan que vivir en chabolas de
cartón? Me pongo en su situación, con la documentación perdida entre las llamas
no pueden celebrar contratos de trabajo porque en varias semanas no se la
renovarán, no pueden solicitar el paro porque no existen, ni pueden regresar a
su país porque sin pasaporte no les permiten embarcar. En tiempos de virus no podrán
acudir al Centro de Salud, sin tarjeta sanitaria. Muchos se han quedado sin los
papeles que acreditaban su trabajo en esta tierra de varios años atrás, imprescindible para el permiso de residencia.
La iniquidad del acto exigiría
unos responsables políticos con agallas. Afortunadamente, la población
trabajadora andaluza ya está en la ayuda, -pese a que nada le sobra-, pero no
será suficiente. Volvamos la vista hacia ellos, hagamos circular la información
de los actos vandálicos, y pensemos en echar una mano. Desde la otra punta de
la Península a vuestra disposición. ¡Queda tanto por hacer!
Machado:
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando.
Sirva este artículo para
recordar a Mariano López Salazar, -se habría estremecido-, con quien compartí
preocupaciones, bocadillos y caminos. Hace un año nos dejó huérfanos de su inteligencia,
su sonrisa y su corazón, ¡tan grandes! Y la renovación de la promesa a las
buenas amistades de Sant Vicenç dels Horts de que en cuanto la pandemia amaine
estaré con ellas.
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