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Trump y Messi expulsados



Por primera vez me he sentado ante la tv para ver la toma de posesión de un presidente yanqui. No me gusta esa pompa de himnos patrióticos, marchas militares, banderas e invocaciones a ese dios que dicen que está de su parte. Sin embargo, hoy, 20 de enero, festividad de San Sebastián, quería asegurarme de que Mister Trump se iba.

Pedía no volver a ver su imagen de mandatario altanero exhibiendo sus políticas pornográficas contra los débiles. En la foto de cabecera muestra su firma de acomplejado resentido al pie de un decreto contra la inmigración, tergiversando el hecho de que los advenedizos hombres blancos habían llegado de la otra parte del planeta y para asentarse masacraron a la población auténticamente nativa americana, los de piel roja.

No me quiso dar ayer la alegría de verle salir del despacho con la cajita con sus pocas pertenencias; en contra de un protocolo centenario, no quiso quedarse a recibir a los nuevos inquilinos, seguramente para evitar que su señora tuviera que explicar a la de Biden por qué faltaban toallas en la Casa Blanca.

Me ha emocionado oír en la ceremonia a Jennifer López, descendiente de chicanos, cantar This land is your land (Esta tierra es tu tierra), la vieja composición de Woodie Guthrie (1912-1967), cantautor que fue trabajador manual, que fue sindicalista, que llevaba escrito en su guitarra que era una máquina contra el fascismo (This machine kills fascists), y que defendió a los proletarios inmigrantes. En 1940, años duros de crisis, penuria y hambre para los de a pie, escribió esta canción contra la edulcorada God bless America (Dios bendiga América)

De un extremo a otro del país esta tierra es tu tierra, this land was made for you and me, esta tierra ha sido hecha para tí y para mí. Un canto a la hermandad entre los que viven por sus manos, un símbolo que pronto fue internacional, popularizado más tarde por Pete Seeger, Arlo Guthrie y tantos otros cantautores comprometidos. Bruce Springteen la ha incluido entre su repertorio.

Por fin, a las 17 horas y 45 minutos, hora española, Joe Biden, juró su cargo como cuadragésimo sexto presidente de los Estados Unidos de América del Norte, con lo que Donald Trump pasaba automáticamente al basurero de la historia.

Expulsado del terreno de juego por mal comportamiento deportivo. Enviado al desempleo por el voto ciudadano que nunca quiso reconocer, estúpido niño mimado que cuando es vencido
echa la culpa al árbitro. En la última pataleta animó a los asaltantes del Congreso, juego violento de mal perdedor, mal final de un mal partido. Como la de Messi, que, en una demostración de impotencia, de no saber sobreponerse a la frustración de la derrota, agredió al jugador del Athletic Club que le marcaba.

No me hago ilusiones, -ni siquiera cuando lleva de acompañante a una mujer de color-, sé que Biden seguirá gestionando a favor del Capital, son ellos sus financiadores; sé que pasado mañana nos estará jodiendo, pero hoy estoy contento, porque de momento el crío malcriado, el abusón de patio de colegio, el señorito enfurruñado, el ignorante osado, el hombre de negocios entrampado, el tahúr de cartas marcadas, el payaso sin gracia, el vecino mal educado, el machista orgulloso, el racista despreciable, el incendiario mundial, ha sido puesto fuera de la circulación.


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