Cuando era niño tuve que
guardar cama por enfermedad unos meses; una tía, amante de los libros, tuvo el
acierto de regalarme un magnífico tomo de leyendas japonesas. Me entusiasmó.
Luego lo dejé en herencia a otro niño y finalmente le perdí la pista; escribo
estas líneas con añoranza de aquellas magníficas historias y, sobre todo, de
los impresionantes dibujos de la tradición nipona.
Las leyendas hablaban de
monstruos, aventuras, samuráis, sabios ancianos, y héroes
hipervalientes. En el siglo XIX todavía era la literatura habitual en Japón,
desarrollada en una escritura arcaica. Una de las personas que ayudó a darle
otro enfoque fue Higuchi Natsuko (literariamente Higuchi Ichiyo), nacida en
Tokio en 1872 y fallecida a los 24 años.
Escribe sobre la vida
cotidiana. La sociedad que le tocó en suerte no era fácil para las mujeres,
dice el prologuista: “Su madre, pensando que demasiado estudio iba a ser un
inconveniente a la hora de encontrar marido, la obligó a dejar la escuela y
comenzar clases de costura y hogar…el ideal oficial de la mujer era el ama de
casa obediente, sumisa y ahorradora” (José Pazó Espinosa).
Fue su padre quien la animó a
seguir el camino de las letras, a los catorce años la matriculó en una escuela
de poesía, que marcaría su estilo. Sin embargo, él fallece pronto y se ve
obligada a responsabilizarse de la familia; las circunstancias de la vida de
las mujeres educadas “para señoritas como es debido” se reflejan en las páginas
de Natsuko: “…iba peinada con un pequeño rodete decente de mujer casada”.
“Tenía veintiséis años…se encontraba en la época en que incluso una flor de
floración tardía empieza a marchitarse”.
Encerradas en la casa,
indefensas, se generaba pánico a ser abandonadas; era normal que los varones
recurrieran a los servicios de geishas para su diversión, tanto como que las
había en los restaurantes de lujo o se llevaban con toda naturalidad a las
fiestas domésticas. Este tipo de vida podía generar inestabilidad en espíritus
débiles; en el colmo, si devenían problemas mentales, se originaba la deshonra
para la familia: “Es indecoroso que mi hija se haya vuelto loca, después de
haberle dado una buena educación. Si esto se hace público, puede manchar el
honor de la familia”.
Los cuentos están escritos
como poemas, -como “El son del koto”, un joven rehabilitado por la
música-, con abundantes figuras referidas a la naturaleza o la mitología
japonesa. Me sorprende con algunos mitos que desconocía, como la serpiente,
considerada símbolo del rencor, y con hábitos como el ohaguro, es decir,
el arte de los dientes teñidos de negro en la mujer casada. Los relatos no
tienen final, son como un corte, una secuencia de una película más larga que el
lector puede continuar a su modo.
Capaces de enfrentarse a las
murmuraciones sociales; en un cuento con mucho de autobiográfico, relata Ichiyo
el caso de la adolescente que se escapa con hombre algo mayor, valentía que
ella no tuvo en la vida real. O con arrestos para organizar un homicidio por
venganza; una se dirige a un joven amigo proponiéndole que, ya que quiere
suicidarse, lo haga de manera productiva, asesinando a quien la injurió.
No os cuento finales, no los
hay, la naturaleza sigue fluyendo sin que le importen mucho ni poco las
miserias humanas.
En el
cielo, el sol y la luna no entienden de diferencias
y
brillan para todos por igual en esta tierra.
···
Cae la
primera nevada,
indiferente
a las penas sin fin de este mundo.
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Un día de nieve
Higuchi Ichiyo
Editorial Satori
Gijón, 2019
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