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Mujeres de otras latitudes. Japón

 

Cuando era niño tuve que guardar cama por enfermedad unos meses; una tía, amante de los libros, tuvo el acierto de regalarme un magnífico tomo de leyendas japonesas. Me entusiasmó. Luego lo dejé en herencia a otro niño y finalmente le perdí la pista; escribo estas líneas con añoranza de aquellas magníficas historias y, sobre todo, de los impresionantes dibujos de la tradición nipona.

Las leyendas hablaban de monstruos, aventuras, samuráis, sabios ancianos, y héroes hipervalientes. En el siglo XIX todavía era la literatura habitual en Japón, desarrollada en una escritura arcaica. Una de las personas que ayudó a darle otro enfoque fue Higuchi Natsuko (literariamente Higuchi Ichiyo), nacida en Tokio en 1872 y fallecida a los 24 años. Me pareció oportuno hablar de ella hoy, 25 de noviembre.

Escribe sobre la vida cotidiana. La sociedad que le tocó en suerte no era fácil para las mujeres, dice el prologuista: “Su madre, pensando que demasiado estudio iba a ser un inconveniente a la hora de encontrar marido, la obligó a dejar la escuela y comenzar clases de costura y hogar…el ideal oficial de la mujer era el ama de casa obediente, sumisa y ahorradora” (José Pazó Espinosa). 

Fue su padre quien la animó a seguir el camino de las letras, a los catorce años la matriculó en una escuela de poesía, que marcaría su estilo. Sin embargo, él fallece pronto y se ve obligada a responsabilizarse de la familia; las circunstancias de la vida de las mujeres educadas “para señoritas como es debido” se reflejan en las páginas de Natsuko: “…iba peinada con un pequeño rodete decente de mujer casada”. “Tenía veintiséis años…se encontraba en la época en que incluso una flor de floración tardía empieza a marchitarse”.

Encerradas en la casa, indefensas, se generaba pánico a ser abandonadas; era normal que los varones recurrieran a los servicios de geishas para su diversión, tanto como que las había en los restaurantes de lujo o se llevaban con toda naturalidad a las fiestas domésticas. Este tipo de vida podía generar inestabilidad en espíritus débiles; en el colmo, si devenían problemas mentales, se originaba la deshonra para la familia: “Es indecoroso que mi hija se haya vuelto loca, después de haberle dado una buena educación. Si esto se hace público, puede manchar el honor de la familia”.

Los cuentos están escritos como poemas, -como “El son del koto”, un joven rehabilitado por la música-, con abundantes figuras referidas a la naturaleza o la mitología japonesa. Me sorprende con algunos mitos que desconocía, como la serpiente, considerada símbolo del rencor, y con hábitos como el ohaguro, es decir, el arte de los dientes teñidos de negro en la mujer casada. Los relatos no tienen final, son como un corte, una secuencia de una película más larga que el lector puede continuar a su modo.


Natsuko escribe “La mente de la mujer es lamentablemente débil”, sin embargo, las historias que cuenta lo desmienten; así algunas de ellas son capaces de plantar cara a los mismos dioses, “Cuando se enfrentan en el camino son capaces de dirigir su pasión en la dirección más arriesgada. Incluso si Buda o Confucio tomaran sus manos y les ofrecieran su consejo, ellas les dirían: “Ahórrense sus objeciones. No me interesa escucharlas”.

Capaces de enfrentarse a las murmuraciones sociales; en un cuento con mucho de autobiográfico, relata Ichiyo el caso de la adolescente que se escapa con hombre algo mayor, valentía que ella no tuvo en la vida real. O con arrestos para organizar un homicidio por venganza; una se dirige a un joven amigo proponiéndole que, ya que quiere suicidarse, lo haga de manera productiva, asesinando a quien la injurió.

No os cuento finales, no los hay, la naturaleza sigue fluyendo sin que le importen mucho ni poco las miserias humanas.

En el cielo, el sol y la luna no entienden de diferencias

y brillan para todos por igual en esta tierra.

···

Cae la primera nevada,

indiferente a las penas sin fin de este mundo.

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Un día de nieve

Higuchi Ichiyo

Editorial Satori

Gijón, 2019

 

 

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