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Ridículo y avergonzado



Paseaba por el Parque Nuevu de La Felguera; me paré a comprobar cómo había quedado armada la tirolina, parecía que el nuevo montaje del muelle dificultaba el uso para los más pequeños. Se me acercó un abuelo y me señaló unas ortigas que habían crecido en la base, además de indicarme otras deficiencias perjudiciales para la infancia; comentábamos que, por las dimensiones del recinto y los cientos de familias que lo usan a diario con tan buen tiempo, exigía la presencia de cuando menos un operario que diera una vuelta cada mañana para solucionar estos pequeños temas.

Luego me acordé de que el Grupo Municipal Socialista me había invitado a conocer su página virtual y me animé a hacer unas fotos para pedir más cuidados. Cuando llegué a casa vi en el telediario el incendio del campamento de Lesbos, ¡me sentí tan ridículo con mis fotitas! Yo preocupado porque los de aquí no se urticaran levemente, cuando trece mil personas huyen despavoridas de fuegos provocados, y se quedan al raso, sin comida y sin agua bajo el duro sol mediterráneo…


El siguiente sentimiento fue de vergüenza. La civilizada Europa tiene a seres humanos despreciados, almacenados en su trastienda desde hace cinco años, esperando que el problema se resuelva sólo; ya que no los incendios, que la pandemia, o el cólera, o la malaria, o cualquier otra plaga divina, los mate y de esta manera no habrá que preocuparse de ellos. Así que cambié el tono: voy a proponer a la Corporación municipal que se haga cargo de una familia del campamento de refugiados de Moria (¡vaya nombre!) En España hay 8.131 ayuntamientos, a una familia por cada uno casi solucionados dos tercios del problema. 



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