“¡Tienes que sacarme de
aquí. Llevo seis semanas que no hago otra cosa que mirar por la ventana!” L.B.
Jefferies (James Stewart) se lo pedía a su editor en “La ventana indiscreta”
(Hitchcock, 1954)

Como madrugo, los
primeros seres que veo son las palomas; arriba en la foto, aparecen tan
disciplinadas que guardan la distancia de seguridad que aconseja el Gobierno.
Vienen puntualmente a desayunar los mendrugos de pan que les tiran algunas almas caritativas desde las ventanas, para que luego dejen los restos intestinales en las
de todos.
Me encuentro luego con las vecinas camino del mercado, antes he preguntado a las dos que no pueden salir si
necesitan algo y les dejo el periódico, para que se lo administren;
intercambiamos mensajes de paciencia y frases hechas sobre la salud y el nunca
llovió que no escampara. Claro que también lo dijo Noé y mira.
Son curiosos los impulsos compradores. Durante
la primera semana las colas eran insufribles, todo el mundo abalanzado a
comprar papel higiénico, lejía y jabones desinfectantes. El Ministerio de
Agricultura facilita datos de los crecimientos de la demanda: Incremento total, un 29’8%; Harina, 146% (profesionales y aficionados haciendo repostería), Pastas, 144%; Arroz, 158%; Legumbres,
122%; Aceite, 98% (para que la patronal del sector guarde los tractores).
La tercera
semana parecían haberse acabado los miedos de desabastecimiento y los productos
más comprados fueron cervezas, patatitas fritas y aceitunas; los psicólogos
decían que la población se daba un premio para compensar el dolor del encierro.
La cuarta coincide con vacaciones, las ventas aumentaron (datos supermercados
Asturias) el 60% con relación al año anterior, otra vez colas y de nuevo
“patatitas y snacks”.

Para esto hemos
tenido anteayer brigadas de mineros voluntarios, vestidos como para la guerra
nuclear, desinfectando a manguerazo limpio. Y no hablo de algunos animales que
pasean perros y nos obsequian recuerdos como los de las palomas, pero en grande. En
fin, alegría para el cuerpo. Como la que nos dan a diferentes horas los tres
pinchadiscos de plantilla: música variada. El de la mañana más bien rockero, con ramalazos heavy; a
medio día una de pop, y por la tarde está el más prolífico, que nos alterna la
mera tarea de dj -reguetón y falso flamenco-, con su actuación cantora, primero a la guitarra, -sabe un acorde de Perales-, y luego karaoke, -Julio Iglesias,
¡hey!-.

Pero lo mejor son los
niños, esas tiernas criaturas que te apetece comer. Uno hace avioncitos y los
tira por la ventana; la niña hace pompitas de jabón que también vuelan, pero en plan aerostato. Un padre anima
a su hijo, -a lo que se ve un poco vago-, a hacer deporte. “¡Venga, venga!” y
en un momento da el grito estimulador fundamental, "¡Voy date una hostia…!" Una
madre, por el contrario, prefiere orientar al niño mayor hacia la
ocupación cultural, le da un argumento definitivo: “¡Que te pongas a leer,
joder!”
Al contrario que en la
película de Hitchcock, desde de mi ventana ni se ha oído ni se ha visto un
asesinato. Todavía.
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