Día de los Inocentes. Antaño los periódicos publicaban
noticias falsas, pretendidamente graciosas: ciertamente ingeniosas, en
ocasiones, hasta que la prensa seria consideró inoportuno andar por esos
caminos. No hace falta, ya algunos intentan tomarnos el pelo a diario.
En las tiendas de chucherías se vendían petardos para los
cigarrillos para estropear las caladas nicotínicas adolescentes, bombas fétidas
que los más atrevidos tiraban en las escuelas, y otras gracias. A mí, la
verdad, lo único que me llamaba la atención era lo de la tinta invisible. Por aquello
de las películas de espías; sin embargo, eso de poner una araña en el pupitre
de las niñas me parecía una tontería solemne, todo el mundo sabía que era de
goma. Las de verdad se mueven más y no brillan tanto.
Yo soy inocente. Declaro que todo el mundo es inocente,
mientras no se demuestre lo contrario. Soy inocente porque creo lo que me
cuentan quienes me hablan cara a cara; no entiendo que se mienta en el propio
beneficio. No entiendo que se actúe de espaldas al interés común, es apedrearnos el tejado.
Claro que los Inocentes, los Santos Inocentes, por el bien
común, a veces ahorcamos a quienes nos putean, como hizo Azarías con el patrón,
cuando le disparó a la Milana bonita. Cualquiera de nosotros hubiera
hecho lo mismo; en el cine casi aplaudimos, como cuando llegaba el Séptimo de
Caballería, tan a última hora, pero aún a tiempo.
Las actuaciones de algunos no dan como para colgarlos, aunque sí para señalarles
con el dedo. Hoy mismo sale en los medios que de aquellos siete detenidos en
Cataluña preparando tremendos explosivos, brazo armado de las protestas pacíficas, solamente quedan dos en la cárcel;
han sido saliendo sin que la tipografía les hiciera justicia, sin ocupar las
primeras planas.
Me costó debates serios. En la Radio dije que no me parecía
bien eso de detener a la gente “porque tenía la intención de…” Las intenciones
las pone el acusador. Nadie había fabricado explosivos, nadie había atentado,
pero había en una casa componentes “susceptibles de…” Veamos el ejemplo: si a
mí me detienen en la Plaza de la Escandalera de Oviedo, en mayo, con una pistola,
me pueden acusar de “tenencia ilícita de armas”; si lo hago en octubre, con los
Premios Princesa en todo su esplendor, lo harían de “intento de magnicidio”,
probablemente.
Claro que yo nunca llevaré una pistola, puedo ser un serio
peligro para mi propio pie. Estén tranquilos, sólo era un ejemplo.
Otro: “Desmantelan en España un laboratorio para procesar
cocaína controlado por las FARC” La Nueva España, 3 de diciembre. Una
pequeña nota, de esas que sueles pasar sin mirar, pero claro, yo he seguido el
proceso de paz y sé que lo que eran las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia se han desarmado y han pasado a ser un partido político. ¿Se financian
con la droga y no es portada de ABC y La Razón? Extraño. Leo el
contenido y resulta que se trataba de una red “en la que participaban
exmiembros de las FARC”.
O sea, que si la Iglesia dice que un cura pederasta no hace
que toda la institución lo sea, si una empresa de cárnicos andaluza no puede
convertir en envenenadoras a todas las demás, ningún periodista puede decir que
el laboratorio estaba controlado por las FARC; está atentando contra su honor.
No puedo cerrar estas líneas sin hablar de otros Inocentes,
todos los que se están muriendo en el Mediterráneo, en la frontera turca o en
la ruta de las Canarias, buscando salvarse de las guerras y las hambrunas. En Madrid
y en Alicante han empezado a aparecer extraños paquetes, simulando explosivos,
para que, si no se han muerto en el camino, tengan presente que aquí tampoco
tendrán paz.
No podemos comer atún ni sardinas. ¿Porque comen plásticos?
No, porque se están alimentando de seres humanos.
Dicen algunos que no cabemos, mientras hablan de la España
vacía. Argumentan que hay que mejorar los índices demográficos, pero no dejan
entrar a los brazos jóvenes del sur. Estamos perdiendo todo sentimiento de Humanidad,
de Justicia; datos de Médicos sin fronteras: Hace años se decidió que
los países ricos destinaran un miserable 0’7% de su presupuesto a Cooperación internacional,
la realidad a día de hoy es que España dedica un misérrimo 0’18%. Es bueno recordarlo
en estas entrañables fechas.
¡Azarías, Azarías…!
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