¡Hostia, qué susto! Veo el titular de la 5, el despliegue
de corresponsales y casi se me atraganta la sidra. ¡Franco en el Congreso! A
todos los parlamentos europeos están llegando gentes de extrema derecha, lo que
no me imaginaba era la momia del Dictador entrando en las Cortes.
Pero no, tranquilidad, se trata solamente de una llamativa
composición de pantalla; de todas formas, es de preocupar el ascenso en nuestro
país de las ideas autoritarias; y lo que es peor, el envoltorio de mentiras con
el que nos las quieren colar.
El pasado 25 de agosto publicaba La Razón un extenso
artículo titulado “La historia no
deformada del Valle de los caídos”, que pretendía ser la verdadera verdad
de todas las verdades. Firmaba un tal Alberto Bárcena, que se sentía respaldado
por el contenido de su propio libro, “Los
presos del Valle de los caídos”. En el periódico se afirmaba. “Ni se construyó como tumba faraónica, ni lo
levantaron ‘esclavos’ perdedores de la guerra. La izquierda revisionista ha
creado una leyenda negra en torno a ese monumento”
Ciertamente, hay una diferencia con las tumbas faraónicas;
los egipcios enterraban, en ocasiones a los esclavos del rey, para que le
sirvieran en la otra vida, Franco quiso sepultar a sus enemigos.
Las mentiras suelen tener recorrido corto; tanto que en la
misma página del diario, César Vidal, que no pertenece a la “izquierda
revisionista”, creo, escribe “…en contra de lo que se repite últimamente hasta
la saciedad, la construcción no fue concebida como monumento a la
reconciliación de los bandos contendientes, Por el contrario, como señalaba el
decreto de 1 de abril de 1940, se quería levantar ‘el templo grandioso de nuestros
muertos en que por los siglos se ruegue por los que cayeron en el camino de
Dios y de la Patria…un digno marco al campo en que reposen los héroes y
mártires de la Cruzada”. Asegura, además, que la orden de depositar en tan
suntuoso panteón los restos
de Francisco
Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde no partió del Consejo de
ministros, sino directamente de Juan Carlos de Borbón, su legítimo heredero;
fue dada por escrito y el abad del monasterio se vio en un apuro organizativo
para cumplirla.
Se ha montado un debate en torno al proyecto de exhumación
de los despojos del Dictador. Hay una derecha que usa argumentos falaces; por
ejemplo, el nietísimo, Francis Franco (se cambió su apellido Villaverde en
memoria de su abuelo), señalaba el coste que la maniobra iba a tener para las
arcas públicas. Con un acertado criterio le respondía una columnista que el
precio debería pagarlo él mismo, su familia acaso, al igual que la periodista pagó el
entierro de su abuelo.
El joven, sospechoso y nuevo líder del Partido Popular, se
preguntaba si el Parlamento no tenía más cosas que hacer, si los españoles no
tenían asuntos más urgentes que hablar de Franco. Claro que al poco tiempo hubo
de cambiar de discurso, para preguntar si no había problemas de qué preocuparse
antes que de la situación de ese máster tramposo que le regalaron por guapo.

El discurso del virginoso exgobernador civil y exministro
fue patético, mezclando churras con merinas, y repitiendo, como todos los suyos
en estas semanas, que no es de urgencia esto del desentierro. Lo de Franco ya
huele. Primero no se podía tocar porque la Guerra estaba demasiado próxima, era
menester conciliar; ahora no merece la pena tocarlo porque ¡está tan lejos…!
Al final se les ve el plumero, Partido Popular y Ciudadanos
absteniéndose, con diferentes disculpas, en el momento de votar este primer
paso para empezar a eliminar el pasado ignominioso de la barbarie fascista.
Somos el único país del mundo que no ha procesado a los culpables de genocidio.
Aprobado el decreto-ley, es posible que se cambie el
emplazamiento de la momia, pero a su hedor salen los fantasmas de su tiempo. La
Asociación de abogados cristianos ha denunciado en el juzgado a un actor por
escribir que se caga en dios; una vuelta a los tiempos en los que mandaba ese señor del Ferrol. Los curas te podían denunciar y la Guardia civil sancionarte
por acordarte de manera torpe del ùnico dios verdadero; en las estaciones de ferrocarril se
podía leer, “Prohibido blasfemar bajo multa de cinco pesetas”. Cinco pesetas
eran un duro, y un duro era muchísimo para quien no tenía nada, que, dicho sea
de paso, se cagaba en dios con harta frecuencia, y puede que algo de razón.
A mí, cuando me obligaron a estudiar la religión católica
en la escuela, me dijeron que su dios, amén de un cotilla que lo veía todo, era omnipotente; no parece, por ende, que
precise abogados defensores, aunque sean cristianos. Él ya sabe defenderse, como
bien se conoce desde el episodio del Diluvio en adelante. ¡Que se ponga en lo
peor el blasfemo! Mira lo que le espera:
"Pero si no escuchas la voz de Yahvé, tu dios, sucederá que vendrán sobre ti todas estas maldiciones y te alcanzarán. Maldito serás en la ciudad y maldito en el campo. Maldita será tu cesta y tu artesa. Maldito será el fruto de tu vientre y el fruto de tu suelo, las crías de tus vacas y de tus ovejas. Yahvé te herirá con la úlcera de Egipto. Con hemorroides, con sarna, con tiña de la que no podrás curar. Te prometerás con una mujer y otro la desflorará; edificarás una casa y no la habitarás; plantarás una viña y no la disfrutarás."
(Deuteronomio 28/15 y sucesivos. Lo recorto un poco por no cansar, pero la lista de maldiciones tiene tela. ¡Menudo era, el Yahvé!)
Se nota, por otra parte, que esa asociación de leguleyos cristianos
no viaja habitualmente por Asturias, se hincharían a poner denuncias; en cuanto estuvieran
cinco minutos en un chigre estaríamos todos (y todas) imputados. Hasta los
guardias. El cagu’n dios es, más que
blasfemia, muletilla cotidiana. O sea, forma parte de los usos y costumbres del
paisanaje, asunto que contempla bien la Filosofía del Derecho. Es bastante
probable que por esa razón Adonai nos haya castigado con ciertos políticos
cleptómanos e ineptos, y nos haya cerrado la siderurgia, el naval y la minería.
Con cariño, para mi amigo Poli
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