Dice
mi amigo Poli que leer es perder el tiempo y alardear de que lo hacemos
altanería. Puede que no le falte algo de razón; cuando menos, sin necesidad de
autodefinirse como influencer, ni andar enredando por redes, se adelantó
en años a una muchacha llamada María Pombo de la que no había oído hablar hasta que se le ocurrió
asegurar, más o menos, que “No leo. No sois mejores porque os guste leer. Hay
que superarlo”.
Y
entonces la apedrearon, metafóricamente. Uno no está libre de pecado; lector compulsivo desde
tierno infante, hubo momentos largos de mi vida laboral en que no me apetecía
abrir un libro, por tanto, no arrojaré el primer guijarro. Ni el último. Aunque
no me abstengo de opinar porque me preocupa que el Poder quiera arrinconarnos
en el analfabetismo.
En
muchas épocas y regímenes políticos se ha prohibido expresamente leer; a toda
la población o a partes de ella. Hasta la invención del alfabeto, solamente los
sacerdotes (Mesopotamia, Egipto, Mesoamérica…) conocían las técnicas gráficas
de trasmisión de conocimientos. En siglos se impedía a las mujeres acceso a la
lectura. Hasta Lutero los jefes cristianos vetaban las ediciones de la Biblia
en lenguas romances. Los esclavistas sureños prohibían específicamente enseñar
a leer a los negros…
En
otras circunstancias, -por nuestro bien-, decidían a qué libros podíamos tener
acceso. La criba empezaba por el permiso para la impresión, que dependía de
reyes y obispos; luego, los estados pusieron en marcha leyes de censura previa.
Pese a todo, en ocasiones algo se les colaba, ahí intervenía la Santa
Inquisición Española con el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum. (Tengo un estupendo
ejemplar facsímil del Índice en mi austera pero exótica biblioteca; prometo
publicar un artículo sobre su contenido cuando otras tareas me lo permitan).
La
quema pública de libros, -a veces con sus autores incluidos-, y bibliotecas
enteras, no es exclusiva de ningún gobierno ni credo. Y hoy, abolida la
benemérita institución inquisitorial, para que las almas no se descarríen
actúan en nuestro país los Abogados Cristianos, militantes en Santa Cruzada por
la moral y las buenas costumbres. (Oh casualidad, en Irán también se llaman sus
colegas musulmanes Guardianes de la Moral).
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| Foto de 2021, ¿sobrevivirá? |
Cuando
la señora Pombo dice eso sobre la lectura es de suponer que se referirá a la de
libros, porque leer, lo que se dice leer, lo hacemos cada minuto: Publicidad,
prensa (que a veces viene a ser lo mismo), prospectos, instrucciones de uso,
notas de Internet… Y es que leer libros exige unas ciertas condiciones.
El
que suscribe empezó en este execrable vicio con los tebeos; luego con el
periódico, que diariamente entraba en casa y provocaba debates sobre la
prelación del derecho de uso. Luego había algún alma caritativa que en periodos
de enfermedad te regalaba cuentos; siempre recordaré a la tía que me trajo uno
de leyendas japonesas con unas ilustraciones que alucinaron mis inexpertos once
años.
Leía
el periódico hasta cuando eran recortes para envolver el bocadillo o mi abuela
los ponía para que no pisáramos el pasillo recién fregado. Durante años lo repartía
en el Barrio un muchacho que se mató el año pasado en el monte, y siempre fue
Javierín el Periodista.
Ha
desaparecido esa figura y se están extinguiendo los kioscos callejeros, razón por
la que subrayé la información de Francisco Esquivel acerca de Alí Akbar, “Todo
un superviviente”, cuya historia mereció la atención mundial, desde periódicos
de su país de origen hasta del New York Times.
Llegado
desde Rawalpindi en 1975, tuvo que vivir bajo los puentes del Sena; escena muy
romántica, pero harto desagradable en días como estos, de frío y nieve. Se ganó
la vida como buenamente pudo por el Barrio Latino vendiendo periódicos,
anunciándolos a viva voz con bromas sobre los titulares: Marine le Pen n'est
pas (no es) raciste! Entre sus clientes había un tal Emmanuel Macron,
estudiante, que a veces le invitaba a café.
Akbar,
el pakistaní, 72 años, le dernier crieur de Journaux de tout Paris, (el
último voceador de diarios), ha sobrevivido. No obtiene grandes rendimientos
con su trabajo, vende “10 ó 15 periódicos al día”, pero no tiene gran
preocupación, “la gente está atada, estresada por el dinero; yo soy dichoso
hasta en el desierto”. Y cuenta con alegría cuando tomó café con John Lennon.
Macron
es hoy presidente de la República y le ha concedido la Légion d'Honneur, la más
alta distinción francesa. Seguramente estos días venderá más periódicos por la
gran noticia de su particular portada: “Je suis Chevalier! J’ai volé la
medaille a Sarkozy” (Soy Caballero; le he birlado la medalla a Sarkozy).
Historias tan apasionantes como ésta sólo puedes
disfrutarlas si lees, por eso animo a la señora Pombo a que reflexione sobre su
postura, si bien es cierto que tanto ella como el Poli tienen razón: leer no te
hace mejor persona, no es el baremo de la catadura moral. La Historia nos
brinda ejemplos de grandes lectores grandes criminales.
Además,
leer cansa, y genera tensiones en el ambiente familiar, porque la persona que
se dedica a tan lastimoso afán requiere tranquilidad y silencio, incompatibles
con el ruido de la tele, la cháchara familiar o los juegos infantiles. Por si
fuera poco, los libros ocupan espacio, pesan, se llenan de polvo, envejecen,
huelen con la humedad, se apolillan... Y no suelen ser baratos. Alguien debería
obligarnos a dejar de escribir para no calentar la cabeza de los seres humanos
que trabajan en cosas serias, así no difundiríamos pensamientos impuros entre
quienes se desloman para pagar impuestos.
Pero,
precisamente porque aspiramos a dejar de ser meros animales de carga, desde
siglos hemos querido los proletarios tener los conocimientos que los ricos
daban a sus hijos. Las Casas del Pueblo sindicales, los Ateneos obreros,
llenaron sus anaqueles de libros, combatieron el analfabetismo y publicaron
periódicos; porque estudiar, leer, es un asunto de clase.
Hay
casas particulares llenas de libros, hoy día, sin embargo, igual no cumplen su
feliz destino: que alguien los lea. En el siglo II razonaba un pensador en
Atenas sobre un ciudadano que compraba muchos libros inútilmente: “¿Acaso su
posesión te ha hecho más virtuoso?... Aquel que con su conducta y sus
palabras demuestra que no obtenido ningún beneficio de los libros, ¿qué hace al
comprarlos, sino dar trabajo a los ratones, guarida a las polillas y golpes a
los esclavos que no cuidan bastante de ellos? … Si la mera posesión de los
libros bastara para volver sabio a quien los posee, tendrían un precio
inestimable, y si el saber se vendiera en el mercado, sólo lo poseeríais
vosotros, los ricos, con quienes los pobres no podríamos competir”
Cita
en su artículo Ana Bernal-Triviño, profesora de la Universitat Oberta de
Catalunya, a Federico García Lorca: “Los avances sociales y las revoluciones se hacen
con libros. Que no valen armas ni sangre si las ideas no están bien digeridas
en las cabezas. Y que es preciso que los pueblos lean para que aprendan no sólo
el verdadero sentido de la Libertad, sino el sentido actual de la comprensión
mutua y de la Vida”.
Este
artículo se apoya en las opiniones de:
Luciano
de Samósata. Contra un ignorante que compraba muchos libros. Juan
J. Olañeta, Editor.
Javier
Puga Llopis. El debate Pombo. Informaciones, diario. 10 sept
2025.
Pilar
Galán Rodríguez. Dejen de leer, sean minimalistas. Informaciones,
diario. 13 sept 2025.
Francisco
Esquivel. Todo un superviviente. Informaciones, diario. 14 sept
2025.
Ana
Bernal-Triviño. De Pombo a la Vuelta. Informaciones, diario. 14
sept 2025.
Francisco
García Pérez. Por la presente, queda prohibido leer. La Nueva
España, diario. 10 nov 2025.
Ali
Akbar. Vídeo en
Instagram de Driss Bouayard.
Y
una decena de personas desconocidas que opinaron en Instagram
sobre el asunto Pombo.



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