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Al final, Antón tenía razón.





No solamente lo digo yo, sino que lo escribió Xuan Cándano en el prólogo del libro anterior, lo reconoce públicamente todo el mundo y lo corrobora la sentencia judicial de Sección tercera de la Audiencia provincial de Oviedo en la que se considera probado que Don José Ángel Fernández Villa, en calidad de secretario general del Sindicato de Obreros Mineros de Asturias, asociado a la Unión General de Trabajadores, se apropió de 431.330’77 euros por le procedimiento de ingresarlos en sus cuentas particulares en vez de las del sindicato. Considerado delito continuado de apropiación indebida, debe penarlo con tres años de cárcel, multa de 24.000 euros, la mitad de las costas judiciales y el reintegro de la cantidad sustraída. Fin de una etapa.

Margaret Thatcher se tuvo que emplear a fondo para destruir el potente sindicalismo minero de la Gran Bretaña; dos libros editados recientemente hacen lo posible por explicar la complicada estrategia en la que tuvo que usar, aparte de los mecanismos económicos, los servicios secretos y la colaboración de la prensa amarilla, intentando desprestigiar a los líderes  obreros. En Asturies no hizo falta tanto esfuerzo, el mismo Villa les hizo el favor.
Para empezar, se puso en sus manos cuando se acogió a la amnistía fiscal de Montoro, para sacar a flote un dinero opaco imposible de ahorrar trabajando honradamente. Fue el hazmerreir de las cuencas mineras cuando argumentó que era una herencia de su madre, que había regentado un humilde chigre de Tuilla en el que, al parecer preparaba bien el bacalao. Habida cuenta de que tenía más hermanos, en caso de reparto igualitario de los ahorros maternos, la buena mujer fue bien eficiente, para ganar seis millones de nada con el sabroso pez teleósteo.

Ante tan inverosímil historia, los que hasta entonces le habían bailado el agua y callaron sus manejos, se atrevieron a tirar a matar. Me preguntaba la redactora Aitana Castaño, en entrevista para la Televisión del Principado, qué opinaba de este asunto; mi respuesta: “Ahora nadie lo conoce, ni quiere saber nada de él; se apartan de su compañía. ¡Parece que tiene el ébola!” Tan nefastas como la epidemia africana han sido para el sindicalismo las consecuencias de toda esta película; las centrales tradicionales, ya desprestigiadas por su ineptitud cotidiana, han recibido un rejón de muerte.

Todo esto ha venido denunciando incansablemente Antón Saavedra. En 1981 publicó “El fraude Hunosa”; repaso las fotos de la presentación en el salón de actos en Oviedo de la fenecida Caja de Ahorros de Asturias, en julio, y veo, en la mesa Emilio Barbón, honesto líder que ya no está con nosotros, y a un tal Corcuera, del que hay mucho que hablar. A mis espaldas, lo más granado de la UGT…Del metal. La minería ya estaba en manos de Josiangel. En esa obra ya se denuncian las malas prácticas en la empresa, -se ponían las bases del desarme-; Antón es en ese momento secretario general de la Federación estatal minera de UGT, hace propuestas técnicas, económicas y sindicales.


Hunosa ya había nacido de mala manera. Los empresarios mineros, históricamente, cada vez que pasaron dificultades, acudieron a mamar del Estado. Ellos, los liberales, que no quieren a la administración cuando se trata de apoyar las cuestiones sociales. En 1967 se desprendieron de explotaciones de carbón costosas de mantener a precio de oro. Ferrer Salat, presidente de la CEOC: “Algunos de los propietarios de las minas integradas en Hunosa me han dicho, más o menos confidencialmente, que si hubieran sabido el precio que el estado les iba a pagar, hubiesen comprado antes muchas otras minas”

Esta publicación es muy útil para ver con pelos y señales la evolución del sector, ya viciado desde principios del siglo pasado por sus connivencias con los políticos de turno. Al final hay una relación que no debe pasarse de largo, los miembros de los consejos de administración de las diferentes empresas mineras. Los que de verdad han dirigido Asturias no han sido Rafael Fernández, ni Pedro de Silva, ni Rodríguez Vigil, ni Antonio Trevín, ni Javier Fernández, -realmente lacayos mal pagados del Capital-, sino los Herrero, los Loring, los Figaredo, los Rato, los Felgueroso en sus diversas ramas, los Sitges, los Nespral, los Botas…

Antón es grande, impetuoso, poco diplomático y no se calla ni debajo del infarto. Quienes
querían defender lo indefendible intentaron desprestigiarlo, “¡Bah, coses de Antón!” “¡Esti Saavedrona…!” Pero estalló el Villamocho y ahora cada vez que habla en público se llenan las salas. No es el único caso; José Ángel Fernández Villa tendrá que volver al banquillo en más ocasiones. También se han sentado los de La Camocha, en un largo y complicado proceso; se dedicaban a contar el carbón de importación como de producción propia, para chupar subvenciones. Largas filas de camiones cargaban lo desembarcado en El Musel procedente del exterior para llevarlo a la mina; una vez imputado, volvía a cargarse camino de las térmicas. Negocio para el consejo de administración, trabajo para los transportistas; todos contentos.

Entre apelaciones, el juicio continúa; hubo ya una sentencia condenatoria que no se pudo hacer efectiva. Uno de los imputados al menos ya no verá la cárcel, ha fallecido; entre tanto las consecuencias para los trabajadores siguen goteando: Perdidos irremediablemente los puestos de trabajo, sin cobrar las prejubilaciones, ahora se encuentran con que las casas de la empresa han sido vendidas a uno de esos fondos inhumanos y van a ser desahuciados.

¿Hacemos caso a Antón demasiado tarde? Ha presentado, -primero en la Semana negra de Gijón, y el 20 de septiembre en Sama de Langreo-, "Memoria de un sindicalista de Aller", con Editorial Sangar, de nuevo; un resumen de su pelea permanente. Es bueno leerlo; es justo y necesario repasar hitos, aunque la especie humana es como es; en las próximas elecciones, olvidadizos que somos, igual votamos a los mismos que soportaron con su silencio el estado de cosas en el que nos vemos. No ha sido un castigo de los dioses lo que nos ha llevado a quedarnos sin el naval, con un cuarto de la siderurgia y sin nada de la minería, ha sido nuestra ceguera ante los truhanes que han gestionado mal, que se han embolsado dineros públicos y que han hecho desaparecer por el sumidero los cientos de millones que llegaron para la reconversión del sector hullero.

Ante los muchos y preocupantes casos en los que se esfumaron las subvenciones para reindustrializar las Cuencas, el amigo Chano (Graciano García, a la sazón Consejero de industria, o sea, subvencionador mayor) declaró que “también los directores de los bancos se equivocan a veces en la concesión de créditos”. Otras personas han contabilizado el porcentaje de empresas fallidas, alargaría mucho escribir aquí relaciones y cantidades, pero, querido Chano, unas matizaciones: La Banca persigue a los morosos y sus familias hasta que recupera lo perdido, -no harán falta ejemplos, creo-; si un director de un banco tiene muchos impagados se va a la puta calle, ¿sabes? Porque el cinismo sigue: los mismos que hace 30 años firmaron los acuerdos para cerrar las minas, se levantan hoy como salvadores de la patria hullera. ¡Que Manitú nos proteja!


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