Cada día tiene su afán. Su celebración, su santo. Hoy, por
ejemplo, 15 de agosto, sería para la Iglesia católica san Alipio de Tagaste y
san Esutiquiano; se podría recordar que en tal fecha se escindieron las Coreas,
que se produjo la batalla de Roncesvalles o que nació Spidermam; 58 años tiene
ya el hombre-araña. Pero hay una conmemoración que brilla más que otras: La
Asunción de María de Nazaret en cuerpo y alma al Reino de los Cielos.
La verdad es que a la pobre mujer la metieron en unos líos…Ella
estaba tranquilamente a lo suyo en la aldea, cuando de repente llega un tipo
con alas y a partir de ahí se le acaba la tranquilidad. Porque ya vale verse
embarazada sin comerlo ni beberlo, ya es desgracia que te pongan al hijo como
un ecce-homo, para que encima te lleven en volandas a casa dios. Que es una
incomodidad, no me digas; el Cielo está preparado para espíritus puros, ¿cómo
se defiende allí un cuerpo? Que digo yo que tendrá que comer, y beber, y
dormir, y otras necesidades fisiológicas que no viene a cuento citar.
Todo esto puede parecer sorprendente a espíritus incrédulos, pero es rigurosamente cierto, que lo dijo excatedra
Pío XII, que es infalible y que no puede engañarse ni engañarnos. Además, se lo
cantó el Espíritu santo, que es esa paloma de la que se murmura que tuvo un
asunto con María; breve, pero efectivo, el pichón.
Como tantas otras celebraciones, la del día de hoy se
superpone a otras anteriores al cristianismo; la misma virgen es celebrada bajo
advocaciones de cuevas, ríos, fuentes, montes y árboles, que fueron sagrados
desde la prehistoria. En otros casos, como la Navidad, tapaban mitos romanos (el
dios sol) o hebreos (Hanuká), como en esta ocasión. El 15 de agosto el pueblo
de Israel celebraba el Día de los enamorados.
Es Tu
B’Av,
que se celebraba fuera de los muros del templo y era día de bodas, celebraciones
y promesas de matrimonio. Los sefaradim (judíos expulsados de España)
mantuvieron la fiesta con toda la gracia de sus cuentos y canciones, como la
que empieza “Mansevo, alevanta los ojos”, en la que se recomienda que no elija
la belleza física, efímera. A la luz de la luna de Tu B’Av se buscaba pareja: “Debasho del lunar en kinze,
en los diyas de enverano, las mansevas vistidas en blanko, baylavan en los
kampos, afuera de las paredes de Yerushalayim. Los mansevos se ivan a los
kampos kon la esperansa de topar una novya”.
Por cierto, los matrimonios se celebraban desde el punto de
vista religioso, pero también civil, con la firma de un contrato entre los
contrayentes (ketubah, plural ketubot) en el que se especificaba la dote de la
novia, que quedaba de su propiedad, la prohibición de poligamia, y el divorcio, que debía ser por mutuo acuerdo o, en su caso, por decisión del tribunal que mediara. Los
documentos eran auténticas obras de arte caligráfico que las familias guardaban
por generaciones, como hoy se haría con las fotos del festejo. El final decía: Y todo claro y fuerte y claro y verdadero y
cierto y existente, y se rubricaba por las partes. Estas normas del que se
llamó “matrimonio bajo el rito de Castilla” fueron dictadas por el rabino Gershom
ben Yehuda, de Metz, a principios del siglo XI.
(Este artículo usa datos del semanario eSefarad.com; suya es también la foto del contrato matrimonial, Rotterdam 1648)
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