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Lecturas de Primavera: La Mentira







El título del artículo es una mentira, porque en los momentos de abordar la lectura, de empezar a encajar el borrador, aún no ha aparecido la primavera; decía un comentarista del tiempo: “El otoño le ha puesto una moción de censura y la ha ganado”.

La vecina del quinto prefiere hablarme de la climatología al fracaso de su Sporting del alma. “¿Cuándo va a dejar de llover?” “¡Pues ya ve usted, Doña Leocadia, que hemos cambiado de gobierno y ni así…!” Pero a los pocos días las cosas vuelven a su cauce, el sol ocupa el lugar que le corresponde en la estación, -primum ver, anticipo del verano-, y el gobierno empieza a ejercer dando luz a la oscura política europea sobre inmigrantes. Mariano ha dejado la política por la puerta de atrás y el país no ha hecho caso del fantasma de Josemariaznar ofreciéndose a salvarlo; una encuesta dice que al 83% le parece una tontería su ofrecimiento. Hubiera sido una afrenta volver a verlo en cargos públicos. A él, al gran mentiroso que nos metió en una guerra de terribles consecuencias.

Debo agradecer a Ediciones Siruela y Ángeles Caso, traductora, la oportunidad de leer este fantástico opúsculo; y a Vicente&Milagros su hospitalidad en Guimarán, que me permitió degustarlo, “Sobre la mentira, el disimulo y la sinceridad”, de Madeleine de Scudéry.

El siglo XVII dio lugar en Francia al movimiento de les précieuses, grupos de mujeres de la nobleza interesadas en Letras y Ciencias que fomentaron importantes tertulias en sus salones. Fueron objeto de burlas, en la idea que de una señora no podría esperarse grandes dotes intelectuales, -Moliére las ridiculiza en algunas de sus obras-; sin embargo, tuvieron un importantísimo papel en el desarrollo de la lengua y la cultura francesas, y su postura de libertad personal fue ejemplo para posteriores avances femeninos. Ángeles Caso: “Ella y sus amigas y amigos fueron, por decirlo así, los adelantados de una manera de vivir, sentir y expresarse que alcanzaría sus mejores logros, paradójicamente, cuando su mundo aristocrático se convirtiera en cenizas”.

El pequeño libro del que hablo trata sobre dos extractos de “Clélie, histoire romaine” y “Conversations sur divers sujets”. (Agradezco no tener que leer siete tomos). Se discute acerca de la licitud de las mentiras; resulta curioso que el don de la palabra, que separa a ciertos homínidos del resto de los animales, sea usado no para mejorar la cooperación de la especie, sino para estropearla.

Existen las pequeñas mentiras de cortesía, mentiras divertidas, inocentes bromas; mentiras piadosas, mentiras para esconder errores, mentiras amorosas… ¿Cuáles son disculpables y cuáles no? Ciertas personas consideran que puede disimularse para salvar un amigo o a uno mismo; otras, en cambio, aseguran que la verdad debería ser la base de toda justicia, por ello bajo ninguna circunstancia es comprensible la trampa.

La buena educación nos hace ser impostores, ponemos buena cara a quienes nos importunan. El arte es mentira; por ejemplo, el novelista inventa, el poeta fabula, la tramoya del teatro es una falsa realidad. Pero no hay engaño en estas actuaciones, todo el mundo sabe que son representaciones, conveniencias cuyos códigos son conocidos. “A los que aman la verdad yo creo que, como mucho, les permitiría que mintieran en verso, con tal de que dijeran siempre la verdad en prosa” (Jean François Sarresir).

Porque, sin duda, la mentira más dañina, la que deja corta a la expresada de palabra, es la que se pone por escrito. Jean La Fontaine: “ Es cierto, considero que, de todas las formas en que puede aparecer la mentira, no hay otra más dañina ni más mezquina que la de ciertos escritores mediocres que, al no tener más genio que la propia malignidad, sólo se dedican a recoger falsedades”.

El que suscribe, irreductible lector de periódicos, podría poner una larga lista de ejemplos. Uno: Tiene columna fija en ABC de los sábados un presbítero que firma, con foto incluida, Santiago Martín; pluma retorcida, incluso contra sus propios compañeros, que suele mojar en ácido, cuando no directamente en las cloacas de la mendacidad. Escribe un día sobre las desviaciones de la enseñanza, “como esos colegios donde se enseña a los niños a masturbarse”. ¡Hostia! Alarmado por tales prácticas pedagógicas le escribí solicitando ampliación de la información. Nunca llegó respuesta. Evidentemente. ¡El defensor del Verbo!

Los que se reunían en los salones de Madame Scudéry en el barrio parisino de Marais, aun cuando eran avanzados sobre la norma, no se desprendían de las supersticiones medievales, así ella misma aseguraba su amor al rey y a su empeño de “apoyar la religión, que es la mismísima verdad, con tanto celo”. La Verdad con mayúscula, la revelada; qué importa que los textos llamados sagrados sean cuentos infantiles, la Fe nos salvará. “La Fe es creer en aquello que sabemos que no existe”, Mark Twain.

Otro ejemplo de malicia insoportable. Un diario regional publica que en la capilla de la Universidad de Oviedo se ha representado un espectáculo de cabaré, justo a los pocos días de haber desahuciado de ella a la Hermandad de los estudiantes, o sea, un grupo de mayores que sacaba en procesión un crucificado. El claustro resolvió que no era el recinto universitario su hogar. Claro, se montó la de dios es cristo. Quejas, rasgamiento de vestiduras, peticiones de desagravio, solicitud de dimisiones, cartas al director del periódico, -de gente que no vio el espectáculo-, que, in crescendo, hablaron de falta de respeto, de ataque a la libertad de culto, persecución, retorno a la revolución del 34, persecución y antesala del martirio de cristianos...

...Unos días después, hartos de que nadie cuente la verdad, salen las protagonistas del cabaré asegurando que no hubo ninguna representación en la capilla, lugar que no reúne condiciones para su espectáculo, sino “un posado a petición del fotógrafo de La Nueva España”, que calla como muerto y no las defiende de la inclemente lapidación.

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