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La fiesta de la banderita.



No suelo ondear banderas, la verdad; tal es así que este año ni siquiera acudí a la de Cruz Roja. Desde la infancia tengo aversión a los uniformes. Reconozco que, en ocasiones, pueden ser útiles, por ejemplo, cuando empiezas a jugar al fútbol con compañeros que no conoces bien; o en el caso de la foto que nos ilustra: los camareros de esta cafetería de Málaga no tienen que explicar en veinte idiomas que ésa, exactamente ésa, es la tortilla española.

Sin embargo, las banderas habitualmente suelen tener un uso militar o paramilitar: la enseña de quienes quieren ser diferentes de otros, a los que, sin ninguna duda, consideran claramente inferiores en méritos para dar gloria al género humano. Las banderas separan; de la misma raíz es la palabra bandería, facción, de connotaciones desagradables.

Hay en estas últimas semanas inflación de banderas, y el exceso origina, necesariamente,
abaratamiento; al final, cualquiera se envuelve en sus colores, sin saber muy bien a cuento de qué, y termina siendo un acto vulgar. He visto moverse bajo los mismos colores a especímenes humanos de tan diverso pelaje que me ha dado más risa que pena.
Salen a defender a la Patria, dicen. Y eso, ¿qué es lo que es? Porque los más grandísimos patriotas, en Madrid y en Barcelona, se ha sabido que tienen los dineros en Suiza y en Andorra. Antes de sacar las banderas, de llamarnos a salir a la calle para defender la nación, ¿no sería conveniente que repatriasen las pelas, que reconocieran que nos han robado? ¡Patriotas de tres al cuarto, familias de bandoleros!

El Dinero no tiene patria. ¿Debe tenerla el Trabajo?  Es cierto que nos sentimos más ligados a la gente que tenemos próxima, a nuestros vecinos, y que nos gusta ver que se encuentran bien, y trabajas coco con codo por los intereses comunes. Pero yo no tengo nada en común, por ejemplo, con el presidente de la asociación asturiana de empresarios, que se lleva para su casa un millón de euros anuales, pese a que su empresa viene dando pérdidas recurrentemente en los últimos años. Ni puedo salir a manifestarme bajo la misma bandera que Rodrigo Rato, carne de presidio, hijo de bancario encarcelado.

Siento más próximo a mí la preocupación de los pensionistas griegos, tan lejanos en kilómetros y en lengua, pero que sufren como yo el hecho de que nos recorten la paga mensual mientras los precios no se detienen. Siento más cerca de mi corazón a la madre senegalesa que ha perdido dos hijos en la mar, buscando en patera un futuro, y ahora le han llegado los restos del tercero, ahogado en una balsa de una plantación de arándanos en la que trabajaba.

Cuando el Señor Montoro dice que los próximos presupuestos enterrarán la crisis me asusto, veo un hoyo donde nos meterán a todos; el hoyo de la pobreza crónica. Y me dan ganas de largarme, por eso entiendo que muchos trabajadores catalanes quieran irse; en cualquier caso, no me parece que vayan por el buen camino, me parece que saltan de la sartén para caer en las brasas. No es buen negocio huir del gobierno del Partido Popular, aunque cada día les empuje a ello, para entregarse a uno de los de Convergencia, o cómo se llamen ahora.

Pujol se libró del asunto de Banca Catalana pactando con Felipe González, ahora ha caído con todo el equipo de la mano de un PP, que acusa a su sucesor de saltarse las leyes. Ellos, que han destruido el ordenador con las pruebas de Bárcenas, ellos, cuyo presidente ha perdido la memoria definitivamente para estos asuntos. Ellos de quienes la fiscalía ha dicho que se financiaron por la vía del delito, cuyo comité ejecutivo terminará reuniéndose en un penal, en lugar de la sede construida sobre el latrocinio. Ni unos ni otros pueden enarbolar otra bandera que la negra de calavera con tibia y peroné cruzados.

Dice el gobierno que el govern se salta la Ley. Las cosas pueden ser legales y no ser justas; las leyes no son de inspiración divina como pretendían los faraones, Moisés o Mahoma, son normas humanas y, por ende, mutables, en función de la evolución social. La actividad política o sindical, que para nosotros es común, era sedición militar para Franco, hasta treinta años de cárcel. La pena de muerte es legal en USA e ilegal en España. El divorcio estuvo prohibido, y sólo la firme decisión de las mujeres españolas lo hizo legal.

Las fronteras, que no son más que líneas dibujadas en un papel por los gobernantes, son igualmente modificadas a cada ventolera; Europa es el mejor ejemplo de dibujo cambiante. Moldavia fue rumana y rusa, ahora en parte independiente; el norte de Polonia, los países bálticos fueron alemanes, rusos, polacos o suyos mismos. Noruega o Finlandia son independientes desde anteayer. Y no me acerco al Oriente medio porque eso es, literalmente, sangrante.

El Derecho de autodeterminación es universalmente reconocido. Menos cuando nos toca de cerca. Hay quien defiende a los kurdos y ataca a los catalanes. Rubalcaba mintió como un bellaco cuando dijo: “El PSOE ni está, ni estuvo, ni estará, por el Derecho de autodeterminación”. Cualquiera que tenga un poco de memoria recordará que ese derecho estaba explícitamente recogido en el programa socialista, hasta que lo escamotearon en tiempo de nuestro señor Felipe; al igual que recogieron la bandera republicana, con disculpas banales.

No estamos para banderitas, ni para fiestas las personas que trabajamos. En el mismo momento en que escribo estas líneas, miles de jubilados llenan las calles de Madrid exigiendo pensiones dignas. Me parece más importante este hecho que todas las movilizaciones acerca del problema catalán, sin embargo, la cobertura mediática es claramente inferior, porque a los medios oficiales les interesa ocultar que la gente malvive; eso, en su opinión, sólo pasa en Venezuela. Y quieren seguir con la escalada bélica.

¿Bélica? ¡Hombre, no exageres! No exagero nada. Aún a riesgo de mi salud, leo la prensa de la derecha; no El País, mala franquicia, sino el original, ABC. Es de ver, los lectores llamando, por ejemplo, a decretar el estado de excepción. Tengo, otrosí, a vuestra disposición un vídeo del venenoso Jiménez Losantos llamando al gobierno pusilánime por no usar toda su potencia de fuerza. En la misma línea que Josemari Aznar, eminente pensador injustamente postergado, que escribe “toda cautela desaparece cuando se comprende la magnitud de la amenaza”, y llama a Mariano a dejar la inacción, activar,-más cauto en el lenguaje que Jiménez-, “toda la potencia política prevista en defensa de la Constitución”.

Porque éste es el nuevo texto sagrado, la Constitución. Muchos dijimos en 1978 que era escasa, que no solucionaba los problemas de las gentes que vivimos de nuestro sudor, que perpetuaba a los herederos del franquismo. Y nos dijeron que éramos excesivamente radicales. ¡Vaya! Ahora otros dicen que es una manta escasa, que si te tapas la cabeza se te enfrían los pies. Tarde. Porque, mientras tanto, del rey abajo, los nietos de los de antes “han tenido el brasero lleno de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del proletariado que rabió les cuente”.


Esos mismo nos llaman a sacar a pasear la bandera de la Monarquía, llenándonos el cerebro de fervor patrio. Como apoyo usan tácticas de agitación imprudentes. ABC del sábado: La Generalitat prepara un ejército para cuando lo de la independencia. No es broma, aseguran que en el aeropuerto del Prat hay un grupo especial de 150 guardias civiles “ante la previsión de que grupos afines al independentismo cumplan su amenaza de tomar el control de infraestructuras como aeropuertos, puertos y fronteras”.


Parece ser que la Generalitat el año pasado no recibió permiso para comprar 850 subfusiles de un tipo que los hace “muy eficaces para la lucha contra el yihadismo o resolver situaciones como las acontecidas en los últimos años en París, Bruselas, Londres o la misma Barcelona y Cambrils este último verano”. Pero el gobierno español, muy astuto, se dio cuenta de que no era ese el objeto del armamento, sino “organizar y armar un regimiento de unos 2.000-3,000 efectivos o una compañía especial con pretensiones de ofrecer una resistencia urbana importante”.

Por lo que se ve no son muy listos en la Generalitat y los pillaron. Lo que sí hay que reconocer es que son ahorradores, una virtud que se adjudica al estereotipo de catalán que se usa en Madrit. Si para armar a 2.000 tipo compran 850 fusiles, tendrían que alternarse en el uso; los lunes, miércoles y viernes los de placa par, el resto de la semana los de impar. Si van a organizar a 3.000 entonces en el contrato deberá figurar que las herramientas las ponen ellos. El ejército en el que yo sufrí la mili estaba mucho mejor equipado, cada uno tenía derecho a su propia escopeta.

El ambiente pre-bélico es el caldo de cultivo que permite a Pablo Casado, joven promesa del PP, hacer unas manifestaciones en las que amenaza al President, “que tenga cuidado Puigdemont, no vaya a acabar como Companys”. Para quien no conozca la historia hacerle saber que Lluis Companys declaró la República catalana en 1934, igual que Manuel Grossi proclamó la República socialista en el balcón del ayuntamiento de Mieres, en plena euforia revolucionaria. Ambos fueron encarcelados. Cuando triunfaron los militares golpistas, se refugiaron en el exilio francés; Companys fue detenido por los nazis, gracias al gobierno colaboracionista de Vichy y a un policía español de apellido Urraca, jefe de una banda de espias, entregado clandestinamente a Franco y fusilado tras uno de los miles de juicios-farsa. Entiéndase la gravedad de la amenaza del portavoz de los marianistas.

Estas actitudes, las incalificables manipulaciones, son la gota que colma mi paciencia. No sirve de nada informarse por los medios oficiales; tiene uno la suerte de tener amistades en Catalunya que están viviendo el asunto, las movilizaciones han sido bien pacíficas, y masivas. Se puede discrepar, se puede discutir, pero no tiene sentido enviar a la policía a abrir cráneos.

¿Qué se puede hacer? Esta constitución no sirve, cada día le aparecerá un nuevo achaque, es un coche viejo que no tiene reparación. Que dimita el rey que se sustenta en ella y abramos un periodo constituyente; dotémonos de una nueva Carta magna que asegure el funcionamiento democrático, los equilibrios entre los territorios, y una renta básica que garantice que nadie cruce el umbral que le sumerge en la pobreza. Es decir, una constitución que garantice los derechos de las personas que vivimos de nuestro trabajo


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