Se había convertido en uno de los más poderosos
atractivos del turismo mallorquín, que marcha viento en popa a toda vela, con
crecimientos anuales de número de visitantes y de gasto por viajero. Me
encontré con unos matrimonios de Gijón, que viajaban con el Imserso, y me
ofrecí a enseñarles Palma. ¿Por dónde empezamos? ¡Por la rampa! Y allí
estuvieron, sacándose fotos primero que delante de la catedral.
Los Juzgados de Palma están en el viejo edificio de La
Salle. La rampa permite el acceso de vehículos al patio posterior, y se ha
hecho internacionalmente famosa por las imágenes de una Infanta de España, un
campeón de balonmano casado con ella, y sus secuaces, desfilando a declarar ante
el juez por haber trincado dinero público. Es tal su éxito como reclamo turístico que ha conseguido
salvar de la quiebra un negocio de hostelería; a la salida se ve claramente el
rótulo del café Es Suprem, que permite el chiste fácil entre los abogados, “Subimos
al Supremo”, “En el Supremo nos veremos”. Antes de la imputación de los
miembros de la Casa real tenía un letrero de “se traspasa”; no hubo lugar, la
clientela de letrados, guardaespaldas, periodistas, policías y curiosos ha crecido de tal modo
que hasta se permiten el lujo de no abrir los fines de semana. Esa imprevista generación de riqueza
ha sido también aprovechada por una familia de pobres de los de pedir, que se
ha establecido en la parte alta de las escaleras y mantiene el puesto de
trabajo con bien estudiados relevos.
Tiene la historia del Caso Nóos otros protagonistas y
actores secundarios de grandísimo nivel; entre los primeros destaca el ya no honorable
Jaume Matas, personaje antaño altanero, que ahora sale en todas las fotos huyendo. El
valiente juez Castro, un tipo corriente capaz de ir a trabajar en moto, tomar
café por los alrededores, hablar de manera que se le entienda (Cristina mujer
florero) y de comprometerse con su barrio: en su balcón la pancarta Salvem es
Molinar, colabora en evitar que un pequeño muelle pesquero se convierta en
superpuerto. O el fiscal Horrach, también en su momento valiente, trabajando en
equipo con Castro, aunque al final le entró el vértigo, cuando se topó con la
Corona.

Lo que no ha hecho la Justicia,
ha sabido hacerlo el pueblo, la condena ha sido unánime, y rápidamente captada
por los representantes políticos. Desde el Ayuntamiento de Palma, quitando el
infamante rótulo de los condes y devolviendo el más amable de Paseo de la
Rambla, hasta más recientemente el de La Bañeza, borrando el nombre de la
infanta de frontis del Centro cultural de las tierras bañezanas, donde reinaba
desde 1995.
Linchamiento, claman desde las páginas de ABC, órgano de la
monarquía, sin percatarse de que la gente ha entendido muy bien el asunto;
el sistema está tan corrupto que las aguas fecales le llegan al rey a la
barbilla. Hasta el secrtario Spottorno tuvo que dimitir, salpicado por el
latrocinio de unos cuantos caraduras en Bankia. Mientras con sus tarjetas
negras, dipapidaban sin contorl miles de euros en licores, joyas, cacerías y
delicada ropa interior femenina, la Ley de dependencia se venía abajo por falta
de presupuesto. ¡Como para no enfadarse, con los señoritos!
La condena del sarcasmo popular es más poderosa; los miles de chistes
durante el proceso y después de la cariñosísima sentencia que les han regalado,
han puesto el contrapunto a esta historia de sinvergüenzas, encubridores y
lacayos. El desprestigio de las instituciones aumenta cuando se hacen
comparaciones: Es más caro, medido en términos de cárcel, ejecutar una canción irónica sobre la Corona, que trincar la pasta del erario; manifestarse con
ira por perder el puesto de trabajo, entrada inmediata en la trena; robar a la
Hacienda no lo exige, si eres de buena familia. Y si eres una princesa
enamorada, que firmas sin mirar porque tu marido es tan bueno, tan bueno, tan bueno, quedas disculpada.

Uno de los factores que las magistradas argumentan para librar a Cristina
de Borbón es su gesto de pagar 587.413 € al inicio del proceso, para reparar los
daños civiles ocasionados. Una importante cantidad que no puede salir de los
ahorros de un sueldo, y que en las arcas públicas permitiría, por ejemplo,
evitar la vergüenza de los investigadores universitarios muertos de hambre.
El Rector Magnífico de la Universidad de Oviedo anuncia
una importante novedad: ¡Por fin habrá calefacción!
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