Ha llegado el otoño con vientos invernales y nos ha
recluido junto al hogar; menos mal que la gastronomía asturiana está preparada para
combatir los rigores meteorológicos; salgo a comer callos a Ciañu con Santy,
Aurelio y Germán, que nos tiene preparadas unas bolsas de castañas, recogidos
por él en las altas montañas de Lena, a riesgo de lumbalgia, que ya no está en
edad de doblar, pese que lo hace con soltura.
Tiene un programa en Radio Ll.ena al que me invita de
tarde en tarde; el otro viernes llevamos como figura estelar a Paco Robles,
de quien tituló Ana Gaitero en Diario de León, “Un niño de la guerra de 90 años”.
Paco es hijo de un mansillés apuesto y una burgalesa guapísima; en 1937 vivían
en Baracaldo, él trabajaba en Altos Hornos de Vizcaya, cuando un lunes, 26 de
abril, oyeron explosiones terribles, “Guernica, ¡es para Guernica!” La
población arrasada por los alemanes de la Legión Cóndor; eso aceleró el
embarque de los niños para Inglaterra; 3700, con sus cuidadoras, dejaron atrás
a la familia para buscar un refugio provisional. “Nosotros creíamos que íbamos
de vacaciones” Y en Londres sigue, setenta y nueve años después. Le he recibido en casa por dos semanas y hemos recorrido les Asturies que ya casi no recuerda y el León y la Mansilla de las Mulas a las que regresaba periódicamente mientras vivieron sus padres..

Entre charlas, conferencias, diarios y emisoras visitamos en la Plaza de las Palomas la Feria del libro antiguo y de ocasión; quería llevárselo todo, pero las líneas aéreas son muy severas con el exceso de equipaje, así que se contentó con un divertido librito facsímil, “El arte de peerse. Ensayo teórico-físico y metódico”, subtitulado, “Al uso de las Personas estreñidas, de los Personajes serios y austeros, de las Damas melancólicas, y todos los que son esclavos del prejuicio”.
Es este frío inicio de otoño tiempo para las castañas de
Germán, los callos de Casa Amada, los cocidos de Ana y Deli, las manitas de La
Curiosa, las fabadas de Lourdes…o sea, días de generar generosamente gases gástricos;
me viene muy bien que el amigo Robles haya olvidado el libro en mi casa; antes de hacérselo llegar por Correo lo he leído y
he tomado cuidadosamente los apuntes necesarios. En el preámbulo ya advierte el autor sobre su rigor científico: “No atacaremos la materia sin previamente haber dado una
definición auténtica y satisfactoria…que es conforme a las reglas más sanas de la
Filosofía, porque encierra el género, la materia, y la diferencia, quia nempe constat genere, materia et
diferencia…”
En "aviso al lector" asegura que es lamentable nuestra ignorancia, habida cuenta que es una actividad tan habitual, "no sepa aún cómo lo hace y cómo debe hacerlo". Entra en el tema con una explicación física y química,
acerca de la producción de los gases por destilación. Pueden luego ser expelidos por dos vías, cuando se hace por la superior se llaman eructos, que no son en este momento el asunto científico a tratar,
sino los efectos de los evadidos por vía inferior. Habiendo citado, -incluso con sus expresiones latinas, que te ahorro-, a Horacio, Quintiliano, Luciano y Cicerón entre otros, para explicar en este caso la relación entre ambos procedimientos expeditivos, menciona al sabio filósofo San Evremond, quien parte de la idea de
que en realidad se trata de suspiros contenidos, que buscan alivio; así escribió a una su enamorada:
Mi
corazón, harto de desagrados,
estaba tan
triste de estos suspiros,
viendo vuestro
amor tan arisco,
que uno
de ellos viéndose reducido
a no
osar salir por la boca,
salió por
otro conducto.
Sigue el autor con su trabajo, más de Ciencias que de Letras,
con la clasificación. La tarea taxonómica es harto compleja, porque tiene que
ver con la expresión, la materia, la naturaleza del canal emisor y el vigor del agente,
a la par que pueden tener propiedades musicales; divídense los gaseosos actos en
semivocales (a su vez claros, aspirados, medios y precedentes), vocales,
plenivocales, sencillos, compuestos y diptongos, que son los más temibles.
Tanto que han sido capaces de espantar demonios, incluso derrotarlos; es el
caso de un ciudadano tentado a vender su alma, impelido por el Diablo a pedir
precio, -oro, riquezas, posesiones, poder…- dudaba de cómo librarse del trato.
Para su fortuna se le escaparon unas sonoras ventosidades, “¡Enhébramelas!”
Tarea imposible, salvó el alma.
En el capítulo III cita el investigador su utilidad. Menciona un
hecho que podría parecer disparato, si no fuera porque hoy mismo me lo
corrobora la prensa. Cuenta como unas señoras se entretenían en apagar las
velas con la fuerza de los gases expulsados por vía posterior; una de ellas,
más torpe, consiguió unas espléndidas quemaduras en las asentaderas. Parece una
broma, salvo que, como se puede leer en la imagen anexa, a una señora japonesa
sus emanaciones de metano le han originado un incendio en pleno quirófano
Ciertamente hay que estar prevenidos contra los riegos de la acumulación de
gases, "cuando están muy prietos, cuando suben, o que no encuentran
salida, ellos atacan al cerebro por la prodigiosa cantidad de vapores que allí
llevan, corrompen la imaginación, vuelven al hombre melancólico y frenético, y
le agobian con varias enfermedades muy molestas..." Así que la Ciencia
aconseja librarse de ellos y el libro, -si bien afirma que no se debe uno
escandalizar de lo natural-, sugiere diferentes formas para hacerlo con
discreción.
Llevado del rigor investigador, cita unas hojas recibidas a pique de cerrar
la edición y humildemente pone ante las narices de sus lectores una nueva
clasificación, "De provincia, caseros, de virgen, de maestros de armas, de
señorita, de mujeres casadas, de burguesas, de campesinas, de pastoras, de
viejas, de panaderos, de alfareros, de sastres, de geógrafos, de cortesanas, y
de cornudos, que a su vez se subdividen en voluntarios y forzados.
He querido compartir este descubrimiento científico porque mañana ha de
salir tan valioso tratado para Northolt; el noble olfato inglés sabrá, sin
duda, apreciar sus intensos y cálidos matices.
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