Me
saluda amigablemente un viejo conocido y quiere animarme: Últimamente no escribes nada…Incierto, emborrono libretas a diario,
pero llevaba tiempo sin asomarme a las redes sociales virtuales; hay demasiado
ruido. Toda esa cantidad de información flotando en el éter me
abruma, no puedo digerirla; sobre todo cuando una gran parte está sin
acreditar, me obliga a usar una considerable cantidad de tiempo en comprobarla. Cuando
pregunto a un corresponsal ¿de dónde sale
esta noticia? suele quedarse sin respuesta, es normal dar por buenas
informaciones que han sido, sencillamente, inventadas; por hacer una gracia o
por maldad, pero inventadas al fin.
Desde la antigüedad los contrapensadores han insistido en
señalar los riesgos de la diarrea verbal; en el Tao te king se dice que el
sabio enseña sin palabras, “hablar poco
es lo natural, un aguacero no dura todo el día”. Séneca recomendaba, “no hables sino puedes mejorar tu silencio”.
Los árabes nos dejaron sentencias importadas del Indostán y de Persia, “El hombre es dueño de su silencio y esclavo
de sus palabras”. En los tiempos que corren necesitamos ruido
permanentemente a nuestro alrededor, por miedo a quedarnos solos con nosotros
mismos. Un martes, al subirme al tren, escuché con disgusto que alguien tenía
puesto el teléfono portátil a todo meter, con un ruido que debía considerar música. Enseguida
tal agresión sonora quedó sepultada por la charlas de seis señoras, de esas que
tienen la sorprendente habilidad de conversar a grito pelado y hablando todas a
la vez. Vino el interventor a comprobar los billetes y con diplomacia digna de
más noble empeño consiguió que apagaran el móvil, ¡era de ellas mismas!

Hace tiempo que había llegado a la conclusión de que el
ser humano inventó el habla para engañar; me lo ratifica Ramiro Pinto: “Las palabras mienten. Alguien ha dicho que
se inventaron precisamente para mentir” (Los que hablan están locos, del libro 'Cuentos con burbujas').
Ocultación. Internet se ha convertido en un paraje lleno de cobardes
emboscados, agazapados bajo nombres falsos, dispuestos a insultar sin tregua; porteras aburridas decididas a pisotear famas, mirones sin vida espiando las
ajenas. En el Barrio, al menos, las vecinas se asomaban a las ventanas para
enterarse de lo que pasaba en la calle, no se ocultaban tras los visillos.
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La maleta que no explotó en Sol |
Mentes más lúcidas que la mía han escrito sobre los
peligros de la realidad virtual. Remedios Zafra en “Ojos y capital” reflexiona
sobre la pérdida de valor estético, en el sentido de que no cuenta tanto la
calidad como la cantidad, es decir, el número de me gusta obtenidos. Cuantificación, por cierto manipulable;
advierte: el medio no es inocente ni neutral. Facebook no es el paladín de la
libertad de expresión, tiene claros intereses económicos; no necesita cobrarnos
por su uso porque obtiene interesantes beneficios vendiendo a las grandes
corporaciones los datos que graciosamente ponemos en sus manos: nuestras
personas, nuestra posición, nuestros gustos y nuestras aficiones. Hemos dejado
de valorar nuestra intimidad, ahora presumimos de todo lo contrario: aireamos
todo lo que hacemos, desde que nos desperezamos hasta que cerramos la jornada.
Zafra: “Ser vistos no es una posibilidad
en el mundo virtual, es una exigencia.
Nos aplicamos con entusiasmo a la violación diaria de nuestra intimidad y sin
embargo otros deciden lo que se puede ver y lo que no. Somos actores,
espectadores y estadísticas, aunque jamás guionistas”.
Lo primero es contarlo. No tanto vivir el hecho como acreditar que yo estaba allí. Veo con
estupor en la tele como un hombre se cae a la vía del metro y quienes están en
el andén lo fotografían antes de pensar en su ayuda. Un estúpido es detenido
porque no solamente pone en peligro vidas ajenas circulando a 240 kms/hora sino
que hace pública su hazaña. Una noche de abril paso por la Puerta del Sol y la
encuentro acordonada por la policía, intentando desalojar a los transeúntes,
una maleta abandonada ha hecho saltar la alarma; un kilo de goma dos aderezado
con unos tornillos puede causar estragos en cien metros a la redonda, sin
embargo la gente, en vez de salir corriendo, prepara los móviles en la
esperanza de grabar el momento de la explosión.
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