Ahora resulta todo el mundo lo sabía, aunque hasta este
momento nadie se había atrevido a comentarlo; ahora resulta la gente se
escandaliza. Hacen ejercicio público de cinismo; cuando desde la Plaza de la
Salve dirigía con puño de hierro la política asturiana, hacían cola para
obtener su favor.
José Ángel Fernández Villa está siendo señalado por todos
los dedos desde que en primera y en la 24 de El País, por dos días consecutivos, se
informara de que ha aprovechado la impresentable amnistía de Montoro para
regularizar la nada despreciable cantidad de un millón y cuatrocientos mil
euros. Un ejemplo de ahorro, tacita a tacita, con su sueldo de minero jubilado
y algún complementillo por sus cargos políticos.
Ha perdido poder, ya no hay 30.000 mineros sindicados,
el SOMA no es lo que era; ya no le temen y todo el mundo hace astillas del
árbol caído, particularmente los suyos. No hay peor cuña que la de la misma
madera, los destrozos del fuego amigo. Bien es cierto que tiene pocas posibilidades
de defensa, incluso quiere dar la sensación de león que haya pasado por la
manicura, “Estoy enfermo, en cama”, pero me repatea el cinismo de quienes
medraron a su sombra, de quienes usaron su nombre en vano, de los que han sido
colaboradores necesarios en el presunto latrocinio y ahora arrojan la primera
piedra. Por esa razón publico esta foto, para que se vea que yo, que no soy su amigo personal, que no he mendigado en su despacho, no he roto las de mi álbum como hacen apresuradamente sus antiguos monaguillos.
Nos la hizo Chema, ese buen fotógrafo de Barredos, por deseo
de su sobrino; detrás Alperi, el sucesor, otea el futuro. Estábamos en el Pozu Candín, durante los encierros de 2012, en
defensa del carbón, y Villa me saludó respetuosa, casi afectivamente. Porque
hemos discutido mucho, he sentido sus zarpazos cerca de la piel, pero siempre
me ha tratado con respeto; fundamentalmente porque, como le dije hace muchos
años en una refriega, “yo puedo pensar lo que me da la gana, porque vivo de mi
trabajo”. Mi independencia de los salarios públicos aseguraba mi independencia
política.
Empezaban los años 80, por primera vez en mucho tiempo Hunosa
incrementaba la plantilla; en una cantidad modesta, 45 personas creo recordar,
en lo que se llamó siempre el asunto de “las afiliaciones del Candín”. En el
proceso de selección se hicieron tres partes, para enchufar de manera
equivalente a amigos de UGT, de CC.OO. y de la propia empresa. El artículo de
denuncia lo firmó mi buen amigo Daniel Serrano, en aquella época redactor de
laboral en el diario Región, hoy desaparecido; pero a Villa no se le escapó la
autoría intelectual, en cuanto entré en las oficinas del SOMA, entonces en la
calle Dorado, salió a por mí, con ese gesto habitual de devorar al culpable: “¡Oye,
Miguel, a ver si voy a tener que prohibirte la entrada en el sindicato!” “Lo
siento, esta baldosa que piso ye tanto mía como tuya, ¡se paga con les mis
cuotes!”
Hubo alguna más; mis artículos en Combate siempre generaban
una mueca de desaprobación, a veces una sonrisa paternalista: “Infórmate,
hombre, infórmate; antes de escribir pregúntame”; infórmate, pero no le gustaba que sus colaboradores
hablaran conmigo. Uno de ellos, Laudelino Campelo, que llegó a ser su brazo
derecho, organizó con éxito una operación para descarrilarnos de la dirección
comarcal de UGT a un grupo de asilvestrados que creíamos que eso de la lucha de
clases no era un cuento de hadas (Gabriel , Camporro, y Severino, ya
fallecidos, que estos días me guiñarían un ojo; Hermógenes, Daniel San Martín…)
Años más tarde Campelo se vio en los tribunales, acompañado
de un dirigente del PP, porque unos empresarios les acusaron de pedirles
comisiones a cambio de favores urbanísticos; en el juicio declaró que “el jefe”
estaba al tanto de todo. El patrón de la Plaza La Salve negó la mayor, lamentó
la falta del discípulo descarriado y advirtió que de saberlo lo habría evitado.
Integridad, se llama esa figura.
Sin embargo otro antiguo amigo Juan Luis Rodríguez Vigil,
manifiesta a los diarios que “conociendo al personaje no le extraña nada”, en
alusión a esto del millón y pico que ha salido ahora. Frágil de memoria, no
recuerda las veces que Villa le salvó el cuello. No pudo evitarlo en aquello del
“Petromocho”, un timo de la estampita a lo grande urdido entre un buscavidas
exterior y otro del propio gobierno regional, pero sí fue su valedor cuando Vigil fuera expulsado por chivato.
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Villa en los infiernos Foto de Miki López en LNE |
Algo después de las Elecciones Municipales de 1979, en un
congreso celebrado en Perlora, tronó Josiangel a favor de la readmisión en el
partido de un “socialista de la talla de Vigil”; de acuerdo con la memoria de
un miembro de aquella ejecutiva, “como los congresos los ganaba el que deba más
voces”, se le levantó la sanción. ¿Cuál había sido su delito? Mientras aguardaba
la salida de la reunión de la que
entonces era su mujer, Luzdivina Arias, -de aquellas llegadas del exilio
mexicano-, se tomaba buena nota de las deliberaciones de la dirección y las
cantaba a la prensa. “Salimos de la ejecutiva a las tres de la mañana; ni de
lavarme tuve tiempo, entraba en el turno de las seis. Compré el periódico a las
cinco y media y allí estaba publicado todo lo que habíamos estado hablando. ¡No
podía ser!...Pusimos un poco de vigilancia y cayó con todo el equipo”.
José Luis Rodríguez Vigil no recuerda sus favores, igual que
tantos otros; huirán de él como apestado del ébola, le negarán más de tres
veces. Los rumores de bar parece que toman cuerpo; si los periodistas se
atreven a poner su firma debajo de las acusaciones de irregularidad es de
suponer que algo hay; si el acusado no se defiende…Para los afiliados al SOMA ha
sido una gran desgracia; tienen el corazón partido, le deben las
prejubilaciones, los puestos de trabajo de hijos y nietos, le han seguido
ciegamente en todas las batallas; son incapaces de digerir que de Josiangel
Villa se pueda decir “¡son todos iguales!”. El daño es irreparable.
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