Había poca
luz en la cocina, por entonces la corriente venía a 125 voltios y las bombillas
tenían pocos watios, para no gastar; además era frecuente que se cortara el
servicio, se levantaba entonces la sólida tapa de hierro colado y la lumbre
proyectaba sobre la pared figuras espectrales.
La Cuesta
Vindoria estaba entre los espectros de mi infancia, entre las historias que oía
contar después de la cena; ahora los conozco mejor gracias al libro de Rosa del
Carmen Álvarez Campal, que explica el asesinato de cinco mujeres y tres hombres
de Laviana, a mano de civiles golpistas. Luis el de la carretera, 55 años,
Avelino Hevia, 23, Pepe Toribio, 50, Julia Morán, 41, Chucha la de Blas, 20, Luisa
la Cucharona, 19, Rosario Montes, 39, y Joaquina Antuña, 33, fueron sacadas en
un camión de la repleta cárcel comarcal (“no
había sitio para sentarse”) en una noche de otoño que amenazaba nieve, y
rematadas, once kilómetros Río Nalón abajo, en una curva donde nunca da el sol.
¿Por qué las
pasearon? No murieron, como
escribieron más tarde en las actas de defunción “por las heridas causadas durante la guerra española”; los nacionales, mandados por el comandante
Ceano, habían entrado en la Pola de Laviana el 21 de octubre de 1937, estos
infelices fueron asesinados el 26 de noviembre. No eran combatientes, ni
siquiera dirigentes políticos o sindicales; un dueño de un bar, un conserje de
ayuntamiento, dos dedicadas a sus labores…Eso
sí, eran partidarios de la República y ayudaron desde la retaguardia a
mantenerla.
Consideraban
los generales de la Cruzada que el terror era una muy buena arma de combate;
fueron famosas las proclamas radiofónicas de Queipo del Llano en el Sur o las
del general Mola en el Norte, amenazando, por ejemplo, con la aniquilación a la
población de Bilbao; de él mismo recoge el libro instrucciones terribles: “Hay que sembrar el terror, hay que dar
sensación de dominio, eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que
no piensen como nosotros”.
Para sembrar
el terror quedaron los difuntos expuestos en la cuneta; muertos una noche de
viernes, a la mañana siguiente los mineros que iban a trabajar al Pozu Samuño, a
Mª Luisa o a Carbones de La Nueva pasaron por delante de los cuerpos deformes,
incluido el de la hija nonata de la embarazada, con el cordón umbilical y el
líquido amniótico. Los cadáveres fueron puestos en fila, para mejor escaparate,
y aún los vieron el lunes las personas que bajaban andando al mercado semanal
de Sama de Langreo.
La obra que
citamos está editada por la FSA-PSOE, sencilla, sin alardes, y es un buen trabajo
de investigación, metódico y paciente, de la autora; mejorable en el estilo literario,
sobre todo en el artículo del alcalde de Laviana, entre cuyas virtudes no
cuenta la modestia y que debería saber que su cargo no implica necesariamente la
bendición de las musas. Me ha hecho ver la señora Álvarez Campal como en
aquellos años las mujeres eran legalmente inexistentes: encontró serias
dificultades para esbozar las biografías porque ni siquiera eran inscriptas en
el registro civil al nacer; lo que no es óbice para que demuestren
cotidianamente su valor, como en el caso de Chucha Morán, que desentierra a
mano los restos de su hija Paca, “asesinada
por haber cosido uniformes para los milicianos”. Los limpia y los lleva al
cementerio del Entrego, luego se gasta dinero en hacerse una foto que envía al hijo exiliado en Francia, “para que tengas un recuerdo de tu hermana”.
Otro
descubrimiento, un personaje de novela: Juanelo
(Juan Fernández Martínez), guardia civil que en la huelga general de 1917
consiguió convencer a los trabajadores para que no hubiera desmanes. Fue
propuesto por la superioridad para condecoración, pero luego sus compañeros lo
acusaron de socialista. Abandona voluntariamente el cuerpo y emprende una vida
de lucha obrera que le lleva por los principales hechos de aquellos años, -la
huelgona del 22, la insurrección del 34-, para morir prematuramente en el
frente de Oviedo, en San Esteban de las Cruces, octubre del 36, al mando del Batallón
223, que todo el mundo conocía como el Batallón
Juanelo.
No puedo
dejar de citar el episodio de la falta de humanidad de dos carceleros, que
cobraron una importante cantidad de dinero con la falsa promesa de salvar la
vida de una de las mujeres, definitivamente asesinada. Tuvieron ambos un final
violento.
Marcharon hacia Vindoria
Hacia Vindoria marchaban,
Cinco mujeres, tres hombres,
Todos ellos de Laviana.
Allí quedaron sin vida,
Con la boca amordazada,
Por aquellos criminales
Que ¡Arriba España! gritaban. Sara Montes. Buenos Aires, 1970.
La umbría
curva que inicia la Cuesta Vindoria está enmarcada por musgo, helechos y
árboles cantábricos; la lápida conmemorativa está protegida, que no tapada, por
un laurel, las ramas que coronaban a los héroes de la antigüedad.
una gran pena y que no vuelva a pasar por nada del mundo
ResponderEliminarricardo eduardo alvarez amores de barredos laviana,con familiares asesinados de igual forma y manera
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