Parecía una plaga descartada de la sociedad occidental,
pero no, regresa, como una maldición bíblica; como la guerra. Mi educación infantil
estuvo recorrida por las dos palabras, hambre y guerra, junto con otra, Dios,
que mitigaba los dolores de éstas. Los sufrimientos en la Tierra se cambiarán
por felicidad en la otra, venturosa, vida; Eterna, de apellido. Desconfío de ciertos pagarés, prefiero cobrar
al contado.
Contaba un viajante catalán que le sorprendió la
Revolución de Octubre, 1934, en un hotel de Oviedo. Nadie le maltrató, pero durante
unos días faltó aprovisionamiento, no se le olvidaron los padecimientos, el
hambre “era como un cangrejo que se te
agarraba a las tripas”. El éxito en España de la película “Lo que el viento
se llevó”, 1938, se debe al parecido con el problema nacional. Guerra, civil
para más inri, allí la de Secesión, aquí el golpe de Franco, y hambre. La escena de Escarlata comiendo con ansia una
hortaliza entre las ruinas de una vida mejor, fueron el espejo donde se miraron
miles de españolas que clamaban por el pan blanco y algo más que nabos para
sus familias.

La huelga de hambre se convertido, en cambio, en una lucha por la Dignidad, es el último paso cuando ya no hay más recursos, cuando estás harto de que te pisoteen, de que te maltraten de palabra, obra y omisión. Me han tocado tres en la proximidad, la de cinco trabajadores de Duro Felguera en el Ayuntamiento de Langreo en 1994, la de los intoxicados en Asturiana de Zinc, el año pasado, la de Ramiro Pinto estos días, -desde el 15 de julio-, ante el Ministerio de Empleo en León. Compañeros y amigos, muchos de ellos. No me gusta, pero han elegido esta forma de protestar, por tanto solidaridad y respeto. Estas líneas son un insignificante homenaje a su heroicidad.
Andrade: “A manera
de alimentación cerebral, casi todos los presos manifiestan la manía enfermiza
de charlar constantemente de comer” Los trabajadores de Duro, después de
los primeros días, solamente se quejaban de la monotonía de los sabores, de
estar un día y otro, degustando solamente agua con sales minerales; los envenenados con mercurio tenían otras preocupaciones de salud que la ingesta de alimentos. Ramiro
aguanta con alegría las bromas que le gastamos al respecto, “no te quise llamar a la hora de la comida”; su
fuerza de voluntad, como en el caso de los langreanos, estriba en que su lucha
es colectiva, no corresponde a un mero objetivo personal.
El hambre involuntaria, aquella a la que se ven empujadas las personas trabajadoras por la avaricia de unos pocos, es difícilmente soportable. En el gran campo de concentración de Gaza, los israelitas no dejan ni pescar; de vez en cuando, para disminuir el número de hambrientos, matan unos miles a bombazos. En nuestra frontera sur ponemos alambradas para que los famélicos no nos invadan, olvidando que nosotros mismos emigramos para combatir el hambre y nos quejábamos de que en Bruselas, por ejemplo, un bar no permitiera la entrada “de perros ni españoles”. En el paraíso a donde intentan llegar, pese a las alegrías del gobierno de la nación, el número de necesitadas nacionales sigue aumentando y las ayudas decrecen. No hace mucho anunciaban a bombo y platillo que se destinarían a beneficencia 16 millones de euros, para paliar la pobreza infantil, ó 50.000 toneladas de alimentos para familias sin recursos; gran esfuerzo, parece, aunque realmente, cada niño, para salir de la pobreza, recibiría 6’4 € al año y las personas que precisan alimentos, 68 gramos al día. Los gobernantes se preocupan de la salud de sus súbditos, es evidente que ni los primeros van a gastar en chuches, con lo cual no tendrán caries, y las segundas no caerán en la obesidad. ¡Benéfica sociedad!
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