Hacía años que no nos veíamos; me saludó con naturalidad, “estoy esperando a una compañera”;
irremediablemente tímido, no se atrevía a pasar entre los policías nacionales
disfrazados de Mazinger Z que rodeaban la Plaza de la Escandalera. Antes le
había visto, traje gris, camisa blanca, corbata azul celeste a topos
correctamente anudada, desenfundar una tableta electrónica de las buenas para
fotografiar a los centenares de personas que se manifestaban contra los
premios, contra la monarquía, contra los despidos, contra…Fotos sin zoom,
próximas, para enseñar a las amistades lo cerca que había estado del pueblo. ¡Vive pericolosamente!
José Luis García Martín es famosillo, se dice poeta, es
profesor universitario, siempre ha sido gran lector y desde sus colaboraciones
de prensa otorga o retira puestos en el Parnaso. Nos llevábamos bien cuando
estudiábamos; respetábamos al profesor Neira y su afición a hacernos analizar,
fonética y fonológicamente, un olmo que había en el Duero, por la parte de
Soria. Aunque en aquella Universidad de Oviedo de los 60, franquista, pobre,
repleta de estudiantes melenudos y alborotadores, un individuo como Martín,
prematuramente calvo, que a los 17 se dedicaba a escribir sonetos de amor, era
un tipo altamente sospechoso. Pronto hubo que definirse y, mientras yo me subía
a la tarima a parar la Escuela de Magisterio porque no nos pagaban el Curso de
Prácticas, él ya pensaba en hacer carrera académica.
(Por cierto, que no necesitamos gran esfuerzo, un solo día
de huelga obró el milagro de que se nos manifestara en cuerpo presente el
dinero de la paga, durante tres meses en desconocido paradero. Hasta la menos
revolucionaria entendió que nos habían estado tomando el pelo).
También yo le saludé afablemente, aunque suele notárseme la
sorna, y me alegré de que los fornidos chicos de las fuerzas del orden franquearan
el paso al crítico literario y su compañera, para que pudieran lucir su
elegancia natural en la alfombra azul del Principado. Después se vengaría de la
mía y otras sonrisas, “Desinformada
demagogia”.
Argumenta en su página semanal que hubo más público en los
actos con los premiados y se congratula. También yo. Disfruté con la presencia
de cerca de mil personas, el 90 % estudiantes, en la charla sobre Física
Cuántica en Ciencias; pero, como afortunadamente no soy daltónico, pude
observar las camisetas verdes a favor de la enseñanza pública y en contra de la
Ley Wertgonzosa. No es casual que el día anterior ABC usara un titular paralelo,
“Demasiado ruido para tan pocas nueces
republicanas”, debajo del cuál una redactora no firmante aseguraba que “los gritos de los manifestantes, bien
provistos de pitos, silbatos y demás parafernalia sonora, eran contestados por
las ovaciones a los galardonados y a las autoridades que lanzaban la mayoría de
los asistentes, y por las gaitas de diversas agrupaciones musicales
asturianas”. Estoy de acuerdo con lo de las gaitas, no hay quien pueda con
ellas, si bien debo subrayar que en ocasiones se produjeron originales
concertantes (Campoamor, teatro de ópera, año Verdi) entre la percusión
folklórica y el viento reivindicativo. Lo de las ovaciones habría que medirlo.
Cámara al hombro me recorrí dos veces el trayecto de la
procesión. Aquellas que necesitaban lucir palmito, aquellos que precisaban
salir en las fotos, a quienes el culto panfleto de Izquierda Anticapitalista
situaba en la Vetusta de Clarín, hicieron el recorrido a pie; premiados,
reinas, princesas “y demás parafernalia cortesana”, en coche, algunos de ellos blindados, por si las moscas. ¿Dónde había más público? Dice la prensa que
entre los protestadores sumarían mil personas; he contado en mis fotos, puede…
¿Y observando la fastuosa cabalgata?
Bueno, pues había unos centenares ante el Hotel de la Reconquista;
después en General Yagüe, (sí, hay aún tales nombres en el callejero ovetense), no habría nadie a no ser por la docena de autocares que llevó la ONCE; sus
centenares de pasajeros, vestidos de amarillo intenso de cabeza a cintura,
movilizados única y exclusivamente para aplaudir unos minutos, ocuparon este
espacio. La nota divertida la puso Doña Letizia Ortiz y Rocasolano, señora de
Borbón y Grecia, dirigiendo, desde detrás del cristal blindado, su mejor
sonrisa y amable agite de mano ¡a los
ciegos!
Luego toda la calle Toreno vacía, como la mitad de Uría,
hasta el Pasaje; y ya, eso sí, en las proximidades del teatro, otros centenares
de fieles. Mayoritariamente edad media alta y sexo femenino; ahí ya tangentes a
las huestes protestantes, más jóvenes, coloridas y ruidosas. Todo ello enmarcado en muchos centenares de policías de todos los tamaños y colores,
incluyendo los infiltrados, inequívocos en su atuendo desenfadado y auriculares
de serie; ¡ellos sí que tenían cara de sospechosos!
Letizia Ortiz saludando a los ciegos, que hacen como que no la ven. |
La ONCE tapando el hueco |
“¿Multitudinarios
abucheos?...seamos serios, amigo…Yo no me siento avergonzado ante el abucheo,
simplemente me divierte tanta desenfadada demagogia”, dice Martín responder
a la improbable pregunta de Piquero, “¿Y
cómo se siente un republicano como tú, una persona de izquierdas como tú, al
tener que entrar en el Campoamor entre multitudinarios abucheos?” Nada, que
no se corta, “…Ni me avergüenza reconocer
que el discurso del Príncipe tenía un rigor intelectual poco frecuente entre
los políticos de cualquier país y de cualquier tiempo”.
A estas alturas posiblemente ya sólo compartiré con García
Martín el entusiasmo por las bibliotecas, el placer de pasear junto al Duero soriano, por el camino de San Saturio, o la afición a ilustrar los escritos con fotos
propias; observo, no obstante, que sigue manteniendo un fino sentido del humor.
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