Las mentiras. Esa prepotencia que les hace tomar a los
ciudadanos por tontos de baba; y es que, para colmo, se ponen dignos, “el
Gobierno no acepta chantajes de presuntos delincuentes” ¡Pero, hombre, si el “presunto
delincuente” ha tenido sueldo, despacho, secretaria, coche y chófer del partido hasta que lo hizo público la prensa!,
pero si le habéis pagado los abogados, 400.000 euracos de nada. Si el “presunto
delincuente” se escribía mensajitos con el presidente del Gobierno hasta marzo;
anteayer, como quien dice.
Aquella frase de “ni he recibido ni he repartido dinero
negro”, pronunciada con gesto serio, en sesión de prensa ectoplasmática, tiene
el mismo valor que la histórica falacia de su mentor, “créanme, las armas de
destrucción masiva existen”. Bush, al menos, tuvo que reconocer ante su pueblo
que usó la Gran Mentira para ir a robar el petróleo de Iraq, aunque echó la
culpa a sus espías, que no se enteraron bien; este otro enorme líder mundial,
ínclito Josemari, reparte, en cambio, gestos ineducados entre sus detractores.
Dobles parejas, señoras y señores; vidas paralelas.
Bush/Aznar, Nixon/Rajoy. Don Richard tiene el dudoso récord de ser el único
presidente norteamericano a quien se aplicó el impeachment por mentir; Mariano tiene una inmerecida mayoría
absoluta y se lucra (The Economist, no hace falta saber inglés para entenderlo)
de an inexplicable tolerance for
corruption among Spanish voters. Por cierto, y así, de paso, no he
escuchado al Ilustrísimo Señor Arzobispo de la Diócesis de Oviedo hablar al
respecto; él, que irrumpió en la pasada campaña electoral llamando tramposos a
los ministros de Zapatero.
Ante una situación tan grave he visto actitudes
excesivamente tibias por parte del resto de partidos. El PNV dice al Presidente
“que se explique”, Rubalcaba decía el domingo que el PP debía poner otro líder,
y Trias, en nombre de CiU, se preguntaba si los próximos gobernantes aceptarían
la “consulta soberanista”. Catalunya, que en su momento abrió puertas contra la
estaca podrida de la Dictadura, pasó en algunos de sus líderes a posiciones
folklóricas y, últimamente, a declaraciones que ya no pasan de ser pintorescas.
La moción de censura a este gobierno
es una obligación moral. El desalojo, no ya de Rajoy, sino del PP, es una
medida de estricta higiene democrática; es la necesidad en sí misma de ventilar
unas instituciones que apestan. Ni se puede soportar un minuto más esta
putrefacción, ni es el momento de hacer cálculos partidistas, el PSOE debe
levantar con la mano izquierda la bandera de la desinfección; si Alfredo no se
atreve, cosa comprensible cuando se le están cayendo los palos del sombrajo
organizativo, debe ponerse a un lado y no estorbar. Moción de censura
inmediatamente.
¿Para perderla? Desde luego. Para perderla en el terreno de
los números; el Gobierno tiene mayoría absoluta y no se le rebelará ningún
diputado, sus señorías son una colección de indignidades. Pero para ganarla en
el terreno de la política, para representar lo que la ciudadanía realmente querría
hacer si hoy la dejaran asomarse al Congreso: señalar con el dedo a los
sinvergüenzas, ponerles de vuelta y media y enviarles al paro sin
indemnización. En definitiva, una Moción
de Censura con mayúsculas, para perder en la Aritmética y ganar en la Ética.
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