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9.999

 
Dos años, dos meses y dos días, desde que empezaron estas páginas; las han visitado más de once mil personas, lo que sigue siendo un misterio para un chaval del Barriolpilar. La eficacia de la Red como instrumento de comunicación es un hecho, mejor, un dogma, no precisa demostración; sin embargo me resulta sorprendente el origen de las conexiones. Veamos: el 63 % son de España, normal; el 14 % de los USA, también lógico, si tenemos en cuenta que la NSA y otros nobles institutos similares, pierden el tiempo espiando las tonterías que escribimos; ahora bien, ¿quién puede leer, desde la India, Cartes de Cuturrasu?

Hace unos días, en Palma de Mallorca, se me presentó el lector de Turquía, que ahora anda por Bolivia, un amable ciudadano con el que compartí cervezas en el Café a Tres Bandas; ya me gustaría saber cómo es la persona que se ha conectado desde Bielorrusia, justo ahora que estoy leyendo a Genghis Khan. O quien lo hace desde Australia, o desde el litoral atlántico de África.

Se demuestra que los seres humanos tenemos las mismas ansias en cualquier parte, nos preocupan las mismas cosas, independientemente del clima que nos tiñe la piel. Pasamos por esta vida sin saber mucho a cuento de qué, reímos, trabajamos, lloramos y cantamos mientras nos duren las fuerzas y nos vamos quejándonos de nuestra suerte y dejando compungidos a otros seres humanos. Sin embargo hay un sector de la especie que se empeña en amontonar bienes, desequilibrando el reparto, sin darse cuenta que, de acuerdo con lo que le decía a aquél su abuela catalana, los sudarios no tienen bolsillos; no quiero contar con esta gente entre mis amigos.

Solemos hacer referencia a los números redondos para poner ejemplos, sin embargo yo suelo mirar el segundo plano, en las fotos. El 8 de mayo, a las 10 de la mañana, se asomó a esta ventana electrónica el o la visitante número 9.999, desde Rusia. ¿Qué se le habrá perdido por aquí?, vaya Vd. a saber. Un “niño de la guerra”, de aquellos exiliados infantiles que mantuvieron el castellano contra viento y marea en la Unión Soviética, o una nieta, o un ciudadano de alguna república pobre que tiene que recurrir a servidores informáticos de la metrópoli.

A todos, a todas, -alemanes, inglesas, letones, argentinas, mejicanos, colombianas, irlandeses, chinas…-, saludos desde una aldea de Asturies, ligeramente elevada sobre el nivel del mar, que permite ver nuestro pequeño mundo con un poco de perspectiva; donde amanece media hora antes que en el resto del Valle y no suele la vista estar tapada por los humos. Donde la botella de sidra se comparte, donde es hábito visitar a los enfermos, donde te preguntan por qué no fuiste al último funeral, donde se abren las casas el día de la boda de la hija y donde te paran en la calle para preguntarte por todos y cada uno de los miembros de la familia.

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