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Abu Nuwás



Una gran borrachera, de principio a fin de la vida; eso sí, en compañía, disfrutando de los amigos y persiguiendo con descaro a los coperos, a las esclavas o a la propia mujer del tabernero, si se tercia. Éste es el Evangelio de Abu Nuwás (Bagdag, finales del setecientos).
Disfruta del día desde la primera hora de la mañana, sé generoso en la amistad y en la juerga, que la vida es efímera, no merece perder el tiempo en guerras.

Hermanos, ¡ya llega el alba!
Bebed el primer trago matinal

Cuando los pájaros cantan la mañana
¡Apresuraos! Las copas se han quejado del largo dormitar de las jarras…

…¡Bebe el sólido licuado

Y el gozo de hoy no lo dejes para mañana!
Tiene largas conversaciones con la copa, pero a veces el vino le sale respondón, no le gusta que le comparen con la luz, efímera, de los cuerpos celestes:

Cierto es que como un astro
Yo resplandezco en la mezcla

Más mi lumbre no se apaga.
Si vuelves a describirme de esta guisa

Te prohibiré mi néctar
Y sólo podrás catar

El brebaje de los dátiles.

(Se refiere a que los fundamentalistas enemigos del vino bebían un mosto sin fermentar procedente del dátil, del mismo modo que el Profeta, -Allah lo tenga en el Paraíso-)
El ejercicio de la vida es amor. Amor al fruto líquido de la vid, a los amigos con quienes se comparte y a los servidores y esclavas que lo sirven:

El vino es un rubí, la copa una perla
En la mano de la esclava esbelta

De los ojos mana un vino, de las manos otro

Y sin poder resistirte quedas preso,

Solo entre los chicos, de una doble embriaguez.
No deja de tener esta vida más peligro, si cabe, que los temidos salteadores de caravanas:

Salí ileso del sable del bandido
Cuando arremetió en el camino contra los mercaderes

Más me asaltó el tabernero
Con una copa de vino

Y me dejó en cueros.

De todas formas es el estilo de vida que ha elegido:
Siempre lo he hecho y así seguiré

Disipando mi riqueza
Y disipando mi religión

Y lo ejerce noche y día  por doquiera:
¡A cuántos taberneros
No habré sacado yo
De la mortaja del sueño!

La pandilla de bebedores conoce todos los sitios, explora todos los goces:
Vamos a Karj con el tabernero

Y bebamos un vino como el almizcle

En el frasco del perfumero.
Vayamos al jardín

Junto al arroyo y el palmeral
A comer aves y caza

Para más solaz llamaremos al flautista
Y si deseáis más, a la dueña del lugar.

Llegan a tal grado de borrachera que al final, en contra de lo que aseguran los sabios, la Tierra ya no les parece plana:
Yo pasé la noche bebiendo

Hasta que al amanecer
Vi la Tierra aparecer

No plana, sino redonda.
Si bien domina el árabe clásico, hasta el extremo de que algunos lo consideran el mejor escritor universal en esa lengua (“No sé de nadie que conozca mejor la lengua árabe y que se exprese con más elocuencia que Abu Nuwás”, Al Yáhiz), no quiere saber nada con las costumbres bárbaras de los nuevos amos del mundo, y le parecen horripilantes sus cantos al desierto, al campamento y a la violencia de la conquista.

Nubarrones de tormenta, ya fuisteis generosos
Antaño con los arenales sinuosos:

Dejadlos atrás ahora y no deis el agua
A una tierra que nada cuenta entre los pueblos.

El único pájaro que en ella anida
Es el negro cuervo de mal agüero…

…Mejor que clavar una tienda a golpes de maza
Será recoger flores para ponerme tras la oreja

Y dejar que corran las copas de boca en mano
Lo escanciará un copero de los Ibadi

Los que celebran en domingo su fiesta…
…De su mano bebo el vino que refrescó el viento

Y de su boca la saliva dulce como miel.
Esto es más deseable para el alma y el cuerpo

Que llorar los restos olvidados del campamento.
No pueden soportar los ortodoxos musulmanes semejante desafío (“Si Abu Nuwás no hubiera sido un libertino, lo habría estudiado” Imán al Shafií); el propio Harum al Raschid, Califa y Comendador de los Creyentes (Allah le haya perdonado), el de las Mil y Una Noches, interviene para que deje de provocar, se porte como un ciudadano de bien y vuelva a escribir acerca de los temas clásicos de la poesía árabe:

“Que pazca tu poesía por el aprisco
Y el campamento abandonado por la amada.

Demasiado tiempo hace ya

Que los dejaste para describir el vino”
¿Cómo iba a desobedecerle yo?

Las palabras del Príncipe de los Creyentes
Son órdenes, aunque el jamelgo que me imponga

Sea a veces tan arduo de montar.
Convencido por la prisión y el destierro, el poeta parece plegarse, pero no va a perseverar en el camino que le marcan, sobre todo cuando muere al Raschid y le sucede su hijo, Muhammad al Amín (Allah le haya premiado), que había sido alumno y compañero de correrías de Abu Nuwás. Se revuelve contra los censores, les recuerda que su religión predica el perdón y que el vino es obra del Creador:

Me injurió un criticón

Queriendo probar su ingenio
Y, por mi vida, eso no lo tolero.

Quería reprocharme el vino
Alegando sin razón

Que quien lo cata merece
La peor reprobación…

…Mientras viva seré del vino
El más fiel amigo.

Si Dios consintió en darle nombre

Y el Príncipe de los creyentes lo frecuenta
¿Lo tendría que rechazar yo?

Por fin el poeta se decide. Igual que el Profeta (Allah le proteja) había dicho en El Corán, exclama ¡yo tengo mi religión!,  y lanza su buena nueva. Carga contra la peregrinación, gasto excesivo a la par que superfluo:
No vayas nunca a la Meca

Aunque ésta se encontrara
A la puerta de tu casa.

Contra el mes que le impone odiosas restricciones:

Te hemos aborrecido, miserable Ramadán
Sin dudarlo te mataría si se pudiese matar a un mes.

No soporta el ayuno y la caridad obligatorios:
Ni se te ocurra ayunar;

Almuerza siempre que puedas.
Y en cuanto a las limosnas,

No son más que una estafa

De un puñado de holgazanes.

¿La Guerra Santa?

Tú ni caso; ni que asalten

El mercado central has de luchar,

Sino convivir en paz.

Más si te vence el rencor,

El vientre de la doncella

Y el trasero del mancebo

Atraviesa con tu lanza.

Esta es la Guerra Santa

 El verdadero yíhad

Por el que en el Juicio Final

Serás bien recompensado.


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