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Segunda jornada acerca de Nuestro Santo Padre Genaro, mártir

Dónde se explican, para luz de impíos, los milagros acaecidos por el celestial patrocinio de Genarín el Pellejero, muerto en día de Viernes Santo en la Carretera de los Cubos, cuando evacuaba aguas menores, por el primer camión de la basura que hubo el Ayuntamiento de León.
Hanme rogado encarecidamente los fieles y las fielas que les dispense mayor copia de datos en torno a los inmarcesibles hechos que adornan la vida del Santo Padre. He vuelto, por consiguiente, en peregrinación piadosa a los sacros lugares del Reyno de León que recuerdan su alegre paso por este valle de lágrimas, y he recogido información literaria, gráfica y de la tradición oral, de sus milagros, tanto los científicamente demostrados como los simplemente atribuídos por la devoción del pueblo. 
Antes que Dios fuese Dios
y los peñascos peñascos
ya los profetas hablaban
de Genaro y sus milagros.  
Es el último de ellos, y encuéntrase por ello en proceso de investigación, que una mi sobrina, guíada en secreto por la docta mano de Genaro, háyase licenciado en Urología, especialidad antaño masculina, entienda en las cuestiones uretrales que tanto preocuparon al maestro, y tenga residencia en la propia Carretera de los Cubos, cabe mesones, figones y tabernas.
Pérez Herrero, poeta y apóstol de Genaro
Retornó a la salud en este entorno,-seguimos hablando de las mismas zonas geográficas y anatómicas-, un vecino de la Sobarriba, como refiere el apologista Julio Llamazares: "...castigado por un doble cólico nefrítico.desahuciado ya de forma repetida por todos los médicos de la ciudad, acudió desesperadamente buscando el favor de San Genaro...orinó furtivamente en el mismo lugar que Genarín...y no sólo no le aplastó un camión, sino que sintió un profundo alivio..." Muestra hoy con devoto orgullo la piedra "del tamaño de una nuez...preciada reliquia" que fue causa de sus quebrantos, y pide, con escaso éxito, que Genaro sea el patrón de los enfermos renales.
Si hubiera justicia en la Alta Curia Pontificia ya habría sido canonizado, como pidieron a grandes voces los seguidores de la Sociedad Cultural y Deportiva Leonesa, pero una iglesia que echa agua al vino no puede ser de fiar. Ya lo habías profetizado, desenmascarando no sólo a los mercaderes del templo, sino a vinateros y lecheros, aficionados a aguar su mercancía:
El agua es la bebida
que más rendimiento ofrece
a aquellos que andan con vino
y aquellos que anadan con leche.
Que  la Cultural ganara un partido en su única temporada en Primera División es sin duda portentoso milagro, conseguido a instancias de Nicolás el Porreto que, a la de ser ferviente devoto del Santo Pellejero, unía en su persona la virtud de ser árbitro de fútbol, -profesión de la que sólo obtuvo una cojera crónica, producto de una alevosa patada propinada por un defensa del Atletico Bembibre-.
Congregadas por el apóstol, partieron a la media noche quinientas personas, culturalistas y genaristas, desde Casa Pozo, en la Plaza de las Palomas, bien cenados; pararon ante el burdel de Palmira la de Veguellina, donde oraron, y arribaron al Estadio de la Puentecilla, monumento hoy desaparecido, en la carretera de Madrid. Hisopados con orujo los palos de las porterías y los puntos de penalty, recitó Pérez Herrero, poeta a la par que evangelista de primera hora, un famoso romance, que aún perdura en la memoria del pueblo creyente leonés:
...Tú que pitas más que un árbitro
Genaro de mis amores
 La Cultural en Primera y el Langreano en Segunda
danos algún positivo
y alivia nuestros dolores.
Redime nuestra derrota 
de aquel equipo de Murcia
lo mismo que redimiste 
a la Moncha, siendo furcia.
Que la Cultural Genaro
ya ni un partido más pierda
y da a Dios lo que es de Dios
y a César lo que es de César.
Era este César el delantero centro de la Leonesa. Obró Genaro el milagro, cayó derrotado el Hércules y hubo grandes voces de glorificación al Padre, así como manifestación y lanzamiento de sombreros al aire, pero no quiso el Vaticano abrir proceso beatificador. Que el equipo no descendiese ya habría sido mayúscula hazaña, aún para el mismo pellejero.
Genárica Ara
Citábase en el romance la redención de la Moncha que, de trabajar en la casa de citas de Doña Francisquita fue "privatizada, -dice Llamazares-, por un ardiente abogado leonés". Ella sería la Verónica, como ya referimos en la primera jornada, que cubrió piadosamente el rostro del atropellado Genarín con papel de periódico. Abandonó, arrepentida, su tumultuosa profesión y retiróse a la noble ciudad de Lugo.
Podrían referirse, a mayor abundamiento, los prodigios que los fieles pueden hallar en los textos canónicos, tales como el perdón al conductor del camión homicida, el milagro de cantar tute de caballos habiendo fallado en redondo al oro la baza anterior, en aquella memorable partida en Casa Boto contra dos tratantes de Mansilla de las Mulas; de muy mal perder, por cierto. O el escaso quebranto que recibió el sereno sacrílego, muestra de la sin par humildad de Genaro.
Hurtaba el sereno cada año las piadosas ofrendas de los fieles, -orujo, queso, naranjas-, depositadas en el ara de las romanas piedras, y aguantaba el Santo Padre la ofensa para no ser motejado de vengativo. Cuando el pueblo descubrió al ladrón clamó justicia, regalole entonces Genaro una magnífica caída desde lo alto de la muralla, si bien, en su piedad, permitió que se arreglara con una cojera vitalicia, imperecedero recuerdo de su mala acción.
Aconteció ello en el santo lugar donde el Padre sufrió martirio, en la desde entonces venerada Carretera de los Cubos, transformada hoy en Avenida, no tanto por larga como por sacra: 
Carretera, carretera
carretera de los Cubos, 
donde este gran pellejero,
Los cubos de la muralla romana
con la mano en el manubrio,
por los siglos de los siglos
se convirtió en un difunto.
Carretera, carretera,
carretera de los Cubos,
donde la Matacorderos
formó una noche un tumulto
poniendo verde a la Moncha
porque le quitaba un punto.
Son incontables los romances. No llega mi capacidad poética a recomendarme como antólogo; ruego a la consurrencia se dirija a las fuentes, las piadosas obras de apóstoles y exégetas. Despido estas humildes líneas con otro ingenioso hecho, que relaciona a Genaro (Dios le mantenga sin sed), el santo mártir pellejero, con la gótica insignia del Reyno de León:
¡Oh Catedral, Catedral!
¡Oh, bella pulcra leonina!
¡Oh, maravilla inmortal
de todas las maravillas!
Perdona la fantasía
de éste que en el Bar Exprés
trató de venderte un día
a un rico turista inglés. 
Pulchra leonina

  

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