Ni
siquiera el título es original, se lo debo a un artículo publicado en mayo,
cuando correspondía, (Cultura,1518. Suplemento de La Nueva España), por la
catedrática Socorro Suárez Lafuente, maestra de generaciones en la Universidad
de Oviedo, especialista en la obra de Virginia Woolf (1882-1941). Yo me he
empeñado en publicar estas notas antes de que acabara el centenario y lo hago
al filo del calendario, como los presupuestos del Principado.
No
solemos acercarnos los varones a la obra de la Woolf, porque nos suena a
“asuntos de mujeres”, y ese error nos hace perdernos una buena parte de la
cultura contemporánea. Proceden estas líneas de la lectura de tres textos: Memorias de una novelista (Memoirs of
a Novelist, 1906), Una habitación propia (A
Room of One's Own , 1929), y La señora Dalloway (Mrs.
Dalloway, 1925), que además había visto en una adaptación en el Teatro
Jovellanos, con Blanca Portillo como protagonista.
Woolf es una fina
observadora del mundo y sus gentes; necesita el binomio lectura/escritura como
elemento fundamental de la vida. Cuando se inventa la biografía de Frances Ann
Willat habla de una niña solitaria, tan concentrada en la lectura que el mayor
castigo “era quitarle la vela para que no pudiera leer por la noche”, tan dada
a escribir que sin ello le resultaba imposible “cargar con el peso de este
mundo incomprensible”.
Virginia Woolf, como
toda su generación, sufrió dos sangrientas guerras en Europa; pesada carga.
Como tantos otros prefirió abandonar; en 1941, con Londres sufriendo los
bombardeos alemanes, su casa y su ambiente cultural destruidos, tiró la toalla:
“No puedo luchar más…No puedo ni siquiera escribir correctamente. No puedo
leer”.
Antes de abandonar la
vida de manera voluntaria estudió y escribió profusamente. Para mí tiene el
gran valor de ponerme ante la vista la obra de mujeres de las que nunca tuve
noticias, porque no las explicaban en el bachillerato. (A modo de ejercicio para quienes terminen estas
líneas con algo de curiosidad, hay al final una relación de nombres para
explorar [1]).
“La señora Dalloway
dijo que ella compraría las flores”. Éste es el principio de una novela con un
tema insignificante: una burguesita inglesa da una fiesta. Con esa disculpa nos
pone ante los ojos el paso del tiempo, los traumas físicos y mentales de la
guerra, los amores fuera de norma, lo superficial y lo profundo de los
sentimientos humanos, las relaciones de clase, el colonialismo depredador, la
medicina que concede permisos de vida y muerte, la locura sistematizada, el
suicidio como forma de comunicación…
…La filosofía: “El
amor y la Religión lo destruyen todo”. Para tanto da una fiesta en la que se
agasaja al primer ministro. Porque Woolf ha aprendido de todas sus lecturas que
las mujeres se fijan en los detalles cotidianos, que son capaces de remontar la
vista desde las cocinas donde han sido recluidas hacia mundos exóticos.
Me paro aquí para
hacer con ella una reflexión sobre el sentido de la escritura. En mi caso
cumple una doble función, ayudarme en el estudio, -aquello que pongo sobre el
papel lo recuerdo más ordenada y nítidamente-, y servir de chivo expiatorio de
mis males, -lo que ha salido a la libreta parece librar de los pesares a mi
cabeza y mi corazón-. Nada de dar lecciones, porque “una sólo puede llegar a
mostrar cómo llegó a tener tal opinión…sólo puede darle a su auditorio la
oportunidad de sacar sus propias conclusiones”.
Esto afirmaba la
autora en “Una habitación propia”, una obra sencilla, con un inicio anecdótico:
Es invitada a dar una charla sobre escritura a un grupo de alumnas de
Cambridge. Privilegiadas, porque era el inicio del acceso de las mujeres a la
enseñanza universitaria. Contando los alrededores de la charla nos subraya
cuestiones que hoy nos sorprenden, pero pasaban hace cuatro días: una mujer no tenía
autorización para caminar sobre el césped de la universidad; una mujer no podía
hacer consultas en la biblioteca sin la tutela de un varón.
No era la carrera
universitaria la función que se esperaba de ella; Mr. Greg: “Lo esencial en la
existencia de la mujer es que el hombre la mantiene y ella le sirve”. Sobre esa
premisa no había otra cosa que esperar del cerebro femenino. Pasa Virginia
Woolf de otras opiniones igual de malaventuradas y subraya la de un miembro
destacado de la Universidad de Cambridge, Oscar Browning, que debería usar la
cabeza para pensar, sin embargo, escribe: “…después de haber corregido muchos
exámenes…en el plano intelectual la mejor mujer es inferior al peor hombre”.
Sin embargo, ya dos
siglos antes, había puesto el dedo en la llaga Anne Finch, condesa de
Winchelsea. Prolífica escritora, si bien quedó huérfana a los tres años, tuvo
la inmensa suerte de que su padre hubiera dejado dotada su educación y que
luego su marido, destacado miembro del séquito del duque de York, heredero al
trono, la animara a seguir en el mundo de las letras. Así pudo afirmar
rotundamente que las mujeres de su tiempo andaban “perdidas por reglas falsas, necias
por educación más que por naturaleza”.
Los varones cargaron
contra ella, “una marisabidilla que se las da de literata”; pero no era manca,
se refiere a su crítico como “más adecuado para ir delante de la silla de posta
que para sentarse en ella”. Traducción: una mula, vaya.
Aunque ya antes que
ella, Margaret Cavendish,
condesa de Newcastle upon Tyne (1623-1673), que no recibió otra educación que
“sus labores”, se esmeró tanto en el estudio que fue la primera mujer en entrar
en la prestigiosa Royal Society (Real Sociedad para el Avance de la Ciencia),
lo que le valió calificativos como excéntrica o, directamente, loca. Ella
afirmaba que “la mujer de mejor cuna es aquella cuya mente está educada” y se
quejaba de que “las mujeres viven como murciélagos y búhos, trabajan como bestias
y mueren como gusanos”.
No
eran mejor las cosas en España. Hasta el siglo XX no empezaron a verse indicios
de educación seria. Doña Rosario Acuña en 1911 cargó en “La jarca de la
Universidad” contra los jóvenes que apedrearon a las primeras universitarias;
tuvo que huir para no entrar en prisión. Es notorio que Ramón y Cajal, premio
Nóbel en Fisiología, se rodeara de mujeres estudiantes en sus laboratorios. La
Institución Libre de la Enseñanza fue trampolín de cerebros femeninos a los que
promocionó con las Becas de Ampliación de Estudios…
…Pero
en 1936 llegó el golpe militar de Mola, Franco y sus secuaces, que envió a las
mujeres de vuelta a la cocina. Eso si tenían la suerte de seguir vivas después
de violarlas,- caso de ser republicanas-, como aconsejaba el general Queipo del
Llano. Hubieron de pasar años, fue necesario que se hundiera su régimen, para
que pudieran acceder de nuevo a estudios en condiciones. Así, no es de extrañar
que en 1946 el hecho que una ciudadana de buena familia de Gijón obtuviera el título de
bachillerato fuera noticia de periódico.
En
definitiva, Virginia Woolf proclamaba la necesidad de que una mujer, para poder
desarrollar sus capacidades, pudiera contar con su personal espacio y su propio
dinero.
![]() |
| Las hermanas Brönte tenían que escribir en la mesa de la cocina. Su casa en Haworth. |
El
sobrino de Jean Austen, hoy tan apreciada, contaba las penurias de su tía para desempeñar
la tarea literaria, “pues no disponía de un estudio privado al que retirarse, y
buena parte de su trabajo debía hacerlo en la sala de estar común”, escondiendo
los folios, para que no la tomaran por loca, con esa manía de escribir,
impropia de una chica bien.
Lo
pudimos ver gráficamente en Haworth, visitando la casa de la Brontë; se
observan los espacios donde trabajaba el padre, párroco, o el malandrín del
hermano alcohólico, pero las tres hermanas escritoras tuvieron que
arreglárselas entre la cocina y el comedor familiar. Y “tan pobres que no podían permitirse comprar
más que unas manos de papel”.
![]() |
| El hermano de las Brontë sí tenía habitación propia. Casa rectoral de Haworth |
Woolf
tiene que pasar por trabajos basura para sobrevivir, hasta que tiene la suerte
de que una tía se mata al caer del caballo en Bombay y le deja una renta vitalicia
de 500 libras. Esa cifra se convertirá en el talismán, que repetirá en sus
páginas en adelante; fue la liberación:
La noticia de mi herencia me llegó una
noche más o menos en el mismo momento que se aprobaba la ley que concedía el
voto a la mujer.
Dejaron la carta del abogado en el buzón y, cuando la abrí, me enteré de que me
había dejado quinientas libras anuales durante el resto de mi vida. De los dos,
el voto y el dinero, debo reconocer que el dinero me pareció infinitamente más
importante. Antes me había ganado la vida mendigando algún trabajo para los
periódicos…poniendo la dirección a los sobres, haciendo flores artificiales,
enseñando el abecedario a los niños de un jardín de infancia…Pero lo que sigue
pareciéndome peor castigo … es el miedo y la amargura que esos días generaron
en mí. Empezando por tener que aceptar trabajos que no quería hacer y dedicarme
a ellos en condiciones de esclavitud, con adulación y servilismo…Todo eso se
convirtió en una herrumbre que corroía el esplendor de la primavera, que
destruía el corazón del árbol.
Así
que Woolf se muestra optimista en 1929: A una mujer educada en la escuela,
“dadle otros cien años, una habitación propia y quinientas libras anuales,
permitidle que diga lo que piensa y un día de estos escribirá un libro mejor”.
Y la veréis conduciendo una locomotora.
[1] Relación de algunas mujeres que son citadas por Virginia Woolf y cuyas biografías interesan:
- Mary Seton (1542-1615)
- Margaret Cavendish (1623-1673)
- Aphra Benhn (16040-1689)
- Anne Finch, condesa de Winchilsea (1661-1720)
- Fanny Burney (1752-1840)
- Joanna Baillie (1762-1851)
- Jean Austen (1775-1817)
- Lady Caroline Lamb (Ponsonby) (1785-1855)
- Mary Russell Mirtford (1787-1855)
- Harriet Martineau (1802-1876)
- Elizabeth Gaskell (1810-1865)
- Brontë Charlotte (1816-1855)
- Brontë Emily (1818-1848)
- Brontë Anne (1820-1849)
- Florence Nigthtingale (1820-1910)
- George Elliot (Mary Ann Evans) (1819-1874)






Querido Miguel,
ResponderEliminarBuen artículo.
Podrías hacérselo llegar a alguna de las mujercitas que salen por la TV y son títeres del macho dominador?
Feliz año!!