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Atentado contra un trotskista en la estación de Chamartín


Agradecemos a Alejandro Zapico la cesión de la foto de portada.

Cuando llegó estaban estibando el carro; nada sospechoso, aparentemente: los trabajadores de una compañía de las que se dedican al montaje de eventos; paneles, piezas de una tarima, kilómetros de cable, cajas con materiales eléctricos diversos…
Lavapiés
La Semana negra me invitó a viajar en el Tren (Negro, of course); me hacía ilusión compartir el viaje con escritores, ilustradores, fotógrafos, periodistas y otras gentes de dudosa reputación. Fui a Madrid un par de días antes, en la esperanza de ver algo de teatro, pero las compañías andan de gira o de vacaciones; solamente en el Valle Inclán se podía asistir a una de Max Aub, pero ya no había localidades. Aproveché para pasear por Lavapiés; el barrio más castizo de la Capital del reino, el de las zarzuelas, es ahora musulmán. Recién terminado el mes santo de Ramadán los cafés al atardecer están llenos de varones tomando té.
La cantidad de fuerzas de seguridad policial, eso fue lo primero que le saltó a la vista. Madrid estaba lleno de patrullas de la Policía local, -tiene una cierta lógica-, Guardia civil, -sorprendente, porque es un cuerpo de ámbito rural-, y Policía nacional, en grupos de a tres, cargados de armas, fusiles ametralladores incluidos, y con chaleco antibalas. El dibujante le comentó, “quieren que veamos que nos protegen”; él dijo: “quieren acojonarnos”.
Ilustración de Enrique Flores
A las nueve de la mañana del viernes ya estábamos en el punto de concentración, el hall del hotel Chamartín, Enrique Flores, ilustrador del 15M, grafista en El País, otro Miguel Ángel Fernández, -lo malo abunda-, Martín, ilustrador reciente de un Quijote, y yo. Puntuales, como es debido. Fueron llegando los artistas; saludos más o menos efusivos, abrazos más o menos calurosos, y esa cara de “dónde me pongo” de las novatas. Ángel de la Calle se repartía entre dar bienvenidas y atender a las televisiones. Lorena Nosti, esa eficiente responsable de comunicación, repartía por igual instrucciones y acreditaciones.
No había amanecido el día como para piscina, de modo que no tuvo disculpa, se pasó toda la mañana con la novela, papel y lápiz. Al final de la mañana paseo para desentumecer. Pensó que mejor comer ligero. Cogió la bandeja de la barra y salió a la terraza; bocata, refresco de cola y el periódico, una pausa para seguir escribiendo luego en la habitación del hotel.
El gremio artístico no siempre es puntual, eso es sabido. Dio tiempo de comentar sobre casi todo, la Semana, el tiempo en Asturies, las Generales (El misterio de la Santísima trinidad: entre esta tropa tampoco nadie votó a Mariano, el electo), las obras de cada quién, los proyectos, lo mal pagada que está la profesión…Todos afuera para la foto de familia; enfrentados a tantos paparazzi los nuevos se sonrojaban.
En la barra se había puesto a su lado el encargado del grupo de montaje; pese a que no había nadie más tuvo que desplazar la bandeja a la izquierda para dejarle sitio, no le dio importancia a la ocupación de su espacio. Sentado, leyendo, de pronto a su espalda ¡dos explosiones!
Álex Zapico y Ángel de la Calle
En el andén más abrazos, ahora para quienes han venido a despedir la expedición. Control de equipajes, sin que se sepa bien para qué sirve. Lorena sigue pastoreando el bohemio rebaño: “Coches 8 y 9”. Todavía queda tiempo para fotos, aunque llega el Alvia. Ángel reparte A quemarropa, el órgano oficial de la Semana; comento con Flores que el año próximo, si llegamos allá, será la trigésima edición; otro milagro. En 1988 arrancó en El Musel anterior a la conflictiva ampliación; edificios viejos y desvencijados, como en una película americana de gangsters. Tenemos un recorrido ferroviario apacible, salpicado de actuaciones varias, fotógrafos haciendo funambulismo para obtener una buena imagen y un colaborador de El Comercio volando de flor en flor, “¿Tú quién eres?...Dime, cuéntame…tengo que llenar una página diaria”; el drama del redactor novato.
Los dos metros de altura del carro, cargados con un quintal de material eléctrico se desplazaron hacia la derecha y calleron sobre la terraza con gran estruendo; sillas y mesas fueron tumbándose como fichas de dominó a su espalda. Los operarios quedaron paralizados ante la inminencia del desastre; la señora de enfrente y la hija adolescente quedaron congeladas en una instantánea viva, los brazos acodados en la mesa, el bocadillo a la altura de la boca, abierta de par en par. El camarero quedó petrificado a la puerta.
Llegada puntual a Gijón. Apenas nos da tiempo de sacar las maletas cuando los portavoces municipales asaltan a los recién llegados; seguramente se inmortalizará el momento y tienen que estar en el registro. Uno de ellos me saluda efusivamente; me pregunto si me conocerá de algo. Puede…Me despido de la compañía y les advierto que viene a recibirnos ni más ni menos que la Charanga El Ventolín; la más republicana, la más solidaria de las charangas. Ha venido con la formación de gala. No me quedo para la foto oficial, me trata con menos cinismo mi familia.
Casi siempre controló sus nervios, hasta en los momentos más comprometidos; en esta ocasión movió ligeramente la cabeza para comprobar que el desastre había quedado a medio metro de su espalda. Quiso hacer una broma, “es que vais como locos…” Los operarios habían dejado de discutir por la nómina del mes anterior, se concentraron en lo que pasaba ahora, “han reventado dos ruedas, por el exceso de peso”. El camarero se acercó más que prudente, casi temeroso, “ha tenido usted suerte”. El encargado no abrió la boca; después de dos paseos balbuceó una disculpa. “Me alegro de haber salido con vida”, cortó; siguió con el bocadillo y con El País, cada día más portavoz del Sistema, por cierto.
Ilustración de Ana Galvañ
El sábado por la tarde acudí al primer acto en la Carpa de encuentros, el Arte en el comic, conducido por Ángel de la Calle, con Enrique Flórez, que presentará su obra Nepal y al que he invitado a visitar Langreo cuando pueda; Miguel Ángel (Fdez.) Martín, que fue desconsideradamente impuntual (presentará Out of my brain), Asier Mensuro, coordinador de la exposición que debe verse en el Instituto viejo y Ana Galvañ, que fue muy aplaudida por quejarse de un preocupante déficit de mujeres entre las premiadas y en el jurado. El día anterior no estuve en el corte de la cinta; demasiada gente buscando salir en los papeles, eso sí, por educación asistí a la recepción en el Ayuntamiento, hasta que (quince minutos tarde) llegó la alcaldesa y tomó la palabra. Me fui con la señora propia a tomar sidra.
En el hotel escribió, a lápiz, en la página 573, que “a las 18’15 del día 7 de julio de 2016 (San Fermín, oiga), en la habitación 313”, había terminado de leer por primera vez la novela de Leonardo Padura “El hombre que amaba los perros”. Pensó que seguramente esta terrible historia de conspiraciones, espías, estalisnistas mendaces, muertes aparentemente casuales, personalidades falsificadas y miserias varias, había influido en la delirante idea de un atentado fallido a medio día en la estación de Chamartín.




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