Anotaban cuidadosamente las posiciones de los planetas, día a día, los estrelleros; servía esa tarea paciente como referencia para los cálculos posteriores y así podían recomendar los días adecuados para la poda, la siembra o la recolección; eran capaces de predecir las inundaciones de los ríos o las mareas. Efemérides, libro de los días.
¿Qué dejaríamos anotado hoy? Los gringos lo de las Torres Gemelas, los chilenos el sangriento golpe de la embajada USA y Pinochet, los escoceses la victoria de William Wallace sobre los ingleses en Sterling Bridge, los palestinos que la llegada de los ingleses multiplicó sus desgracias, los italianos que un anarquista apuñaló a Sissí, emperatriz. Los catalanes se manifestarán, con aires de independencia, recordando que en 1714, el Duque de Berwick, en nombre del Borbón, tomó Barcelona, principio del fin de sus instituciones señeras. Emperadores pisando uvas ajenas y pueblos resistiendo.
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Los estrelleros más avispados hicieron creer que podían también calcular el futuro de los humanos, lo que dio lugar al nacimiento de un negocio impresionante: el asesoramiento a reyes, príncipes y demás oficios ociosos. Desde el principio se hicieron advertencias, así en Las mil y una noches se cuenta la divertida anécdota de un barbero que traza el horóscopo de un cliente para saber el momento propicio de raparle. Mahoma dice que “los eclipses de Sol y Luna no se producen para señalar el nacimiento o la muerte de una persona”, pero a renglón seguido cambia una superstición por otra: “Es tal o cual constelación la que ha hecho llover…esos no creen en Dios, sino en las estrellas”. La jerarquía católica clama contra los horóscopos de los periódicos, pero celebra que ante su ídolo se postraron astrólogos que seguían un cometa de buen augurio; dice Mateo: “Y unos magos llegaron a Jerusalem preguntando…pues vimos su estrella en el oriente y venimos a adorarle”.
Aunque anunciaba un reino, no era de este mundo, de modo que siguieron bajo el yugo romano; tampoco se podía esperar mucho más de un líder que iba con los de la feria y venía con los del mercado: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. El Imperio. Parecen hoy apuntar en este sentido todas las líneas astrales, y no habrá amuleto que nos libre, como no seamos nosotros mismos; se creen que nos han vencido y ya se muestran sin pudor: Viene un tipo con dólares a montar una gran superficie del juego en Madrid, una casa de putas gigantesca, y exige que se le regalen terrenos y dineros, que se cambien las leyes laborales y que volvamos a coger, pausadamente, cáncer de pulmón, gracias al tabaco (from Virginia, of course). Las multinacionales del acero, del aluminio y del zinc, exigen a sus trabajadores en Asturies que se recorten los salarios si quieren que las fábricas no emigren.
¡Buen otoño nos espera!; yo ya me he apuntado a un curso de remo, aunque de momento, como toda la izquierda europea, estoy más con el agua al cuello que dirigiendo la barca. Pero aún no me he ahogado, y volveré, un día y otro día, a dar paladas contra el río, revuelto, turbio, con ortigas, hasta que vea el horizonte un poco más despejado.
Para mí la celebración hoy es el quinto cumpleaños de Luis, magnífico, esperanzador cruce de asturiana y cordobés, que mira todo con los ojos y los oídos del mochuelo de Atenea. Y, por otra parte, fiel a mi tradicional ¡Remember Chile!, preguntar a los del otro lado del charco por una historia que desconozco y que tiene que ver con las luchas de indígenas contra malos extranjeros. Acabo de leer una breve nota que refiere la destrucción, en tal día que hoy de 1541, de la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura por las huestes del jefe indio Michimalonco. Gracias anticipadas, a once de septiembre de dos mil y doce.
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